res. iZas!...
Gillespie, no sabiendo como defenderse de aquel enjambre maligno, habia
lanzado un salivazo dentro del salon.
El proyectil liquido pillo a los dos poetas y los hizo caer con su lanza
envueltos en una ola pegajosa, de la que no sabian como salir.
El gigante continuo disparando proyectiles de la misma especie.
Corrian las damas, levantandose las faldas para huir con mas rapidez.
Otras pataleaban caidas en el suelo, pidiendo a gritos que las librasen
de esta inundacion aglutinante que las habia clavado sobre el pavimento.
Y las heroicas muchachas de la Guardia, no queriendo presentar sus
interesantes dorsos al enemigo, fueron retrocediendo hasta el fondo del
salon, haciendo molinetes con sus espadas para defenderse del bombardeo.
XI
Que trata del discurso pronunciado por el senador Gurdilo y de como el
Hombre-Montana cambio de traje
A la, manana siguiente, el profesor Flimnap se presento con gran
apresuramiento en la vivienda del gigante. Jamas su rostro bondadoso
habia ofrecido un aspecto igual, de alarma y azoramiento. A pesar de sus
carnes exuberantes, salto con juvenil agilidad del plato ascensor a la
superficie de la mesa, antes de que los atletas encargados de la grua
hubiesen terminado su maniobra.
Lejos aun de Gillespie, abrio los brazos con desesperacion y junto luego
sus manos en una actitud implorante, gritando:
--?Que ha hecho usted, gentleman? ?Que locura fue la suya de ayer? iY yo
que le creia un hombre extremadamente cuerdo!...
Jamas habia experimentado tantas emociones en un espacio tan corto de
tiempo. Un miedo anonadador le dominaba desde horas antes, y este miedo
obedecia a sentimientos generosos, pues pensaba mas en la suerte del
Gentleman-Montana que en la suya propia. La terrible noticia de todo lo
ocurrido en la casa del Padre de los Maestros acababa de sorprenderle en
el momento mas grato de su existencia.
El dia anterior habia regresado muy tarde a la ciudad, despues de verse
festejado y admirado durante varias horas por mas de cien mil mujeres.
Su discurso en las gradas del templo de los rayos negros lo habia
escuchado esta enorme multitud, interrumpiendolo con aplausos. Su exito
resulto tan ruidoso como el del joven poeta rival de Golbasto. Nunca
habia llegado a sonar con una gloria semejante, ni aun en los tiempos de
la adolescencia, cuando, recien entrado en la vida estudiosa, su
entusiasmo le hacia aceptar la posibilidad de las mas inauditas
elev
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