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r para meterse en la Galeria, tirando de sus adversarios aereos. Su primer movimiento hacia atras hizo vacilar a las maquinas inmoviles en el aire; pero estas, pasada la sorpresa, tiraron todas a la vez en direccion opuesta. El pobre gigante no pudo resistirse a las energias mecanicas conjuradas contra el; se sintio empujado brutalmente, hasta caer al suelo, y luego arrastrado un largo espacio, derramando sobre la huella que dejaba su cuerpo dos regueros de sangre. Los hilos metalicos partian sus carnes como el filo de un cuchillo. Otra vez quedaron inmoviles en el espacio las maquinas voladoras al ver al coloso tendido en mitad de la ladera, cerca ya del cordon de tropas. No quisieron continuar su arrastre y aflojaron los cables para que sintiese menos su cortante tirantez. Reconociendo la inutilidad de sus esfuerzos y humillado por su caida, Gillespie solo supo llorar. La muchedumbre, al ver sus lagrimas, prorrumpio en una carcajada sonora. Nunca le habia parecido tan gracioso el Hombre-Montana. El profesor, atolondrado por la caida del coloso, corrio detras de el dando alaridos de indignacion. Luego, al ver que lloraba, lloro igualmente; pero, a pesar de su pusilanimidad, penso que las lagrimas no podian resolver nada y su dolor se convirtio en indignacion. El grupo de enviados del gobierno avanzaba hacia el caido, y Flimnap lo increpo. --Esto es una infamia. Ustedes me han dado palabra de que el Gentleman-Montana no corria ningun peligro. Pero el mas viejo repuso friamente: --El gobierno no puede dejarlo en libertad, para que se permita nuevas insolencias. Hemos cumplido las ordenes de nuestros superiores. Otro representante, el mas joven de todos, rio de las lagrimas de Flimnap. --Creo, doctor--dijo--, que manana mismo se vera usted libre del cuidado que le da el Hombre-Montana. Segun parece, los altos senores del Consejo Ejecutivo piensan suprimirlo, para que no se burle mas de nosotros. XII De como Edwin Gillespie perdio su bienestar y le falto muy poco para perder la vida Flimnap paso una segunda noche sin dormir. Tenia ante sus ojos a todas horas el rostro doloroso del gigante caido. Contemplaba sus manos cubiertas de sangre, su cuello surcado por dos profundos aranazos, su gesto de colera impotente, que hacia recordar la desesperacion pueril de un nino abandonado. --iMorir asi!--murmuraba el vencido--. iAcabar a manos de este hormiguero de hombres-insectos!... En med
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