esta situacion
envilecedora.
Sobre su cabeza flotaban continuamente unas cuantas maquinas aereas
llevando colgantes sus cables, flacidos y muertos en apariencia. Al
menor intento de rebeldia estos hilos amenazadores podian animarse y
retorcerse, haciendo presa en el coloso. Por las inmediaciones de la
escollera iban y venian en incesante navegacion dos buques de la
escuadra, interponiendose entre el prisionero y el mar libre.
El profesor tuvo que retirarse sin poder hablar a su antiguo protegido.
Unicamente por los periodistas tuvo noticias de su nueva existencia.
Dormia sobre la arena de la playa, sin una manta que le sirviera de
lecho, sin una lona que le defendiese del rocio de la noche. iComo debia
acordarse el pobre gentleman de su cama mullida, alla en la Galeria de
la Industria, que el presidente de su Comite hacia preparar todas las
noches con tanta minuciosidad!...
La comida del coloso daba motivo a nuevas lagrimas del profesor. Varios
desalmados de los que pululan en los puertos eran los que preparaban su
alimento, en una de las grandes calderas traidas de su antigua vivienda.
Esta gente inquietante y zafia reemplazaba a la selecta servidumbre que
habia trabajado para el en la cumbre de la colina.
Lo alimentaban con arreglo a su trabajo. Cada piedra se la pagaban
echando un pescado mas en la caldera; pero como los cocineros vivian de
la misma alimentacion del gigante, esta experimentaba considerables
mermas. Gillespie, acostumbrado a las abundancias de su primer
alojamiento, debia sufrir hambre.
--iNo poder hacer yo nada por el!--murmuraba el profesor
desesperadamente.
Los representantes de la autoridad no le dejaban aproximarse al
gentleman; pero aunque le permitieran atender a su alimentacion, ?que
podia hacer un catedratico de tan escasa fortuna como era la suya? Los
dos bueyes que necesitaba para un solo plato costaban una cantidad igual
a la que recibia el por dos meses de catedra; tres almuerzos del
Hombre-Montana acabarian con todos sus ahorros.... Y convencido de que
no podia remediar su hambre, se entrego a la desesperacion.
Gillespie, en realidad, era menos digno de lastima que lo imaginaba el
profesor. Convencido de que su triste situacion no tenia remedio, se
habia sumido en ella con una calma fatalista. El embrutecimiento del
continuo trabajo borraba todos sus conatos de rebeldia.
Despues de haber sido arrastrado y maltratado por las maquinas
voladoras, ya no despreciaba a los p
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