sin pronunciar una
palabra de comentario. No hubiera podido tampoco decirla aunque tal
fuese su voluntad, porque el profesor siguio su relato de la sublevacion
de los hombres.
--Los derrotaremos, gentleman. Hay que someter a esa canalla que
pretende resucitar las vergueenzas y los crimenes de otros siglos. Lo que
ellos quieren es que volvamos a la guerra y al militarismo.
Y al decir esto se irguio, acariciandose con una mano las melenas
mientras apoyaba la otra en la empunadura de su espada, cuya hoja se
extendia horizontalmente mas alla de sus exuberancias dorsales.
--Yo siento expresarme asi--continuo--porque usted es un hombre. Pero
hay hombres de distintas clases. Hubiese usted sentido orgullo anoche y
esta manana al ver como desfilaban miles y miles de varones que han
abrazado nuestra causa y desean morir en defensa del beneficioso regimen
organizado por las mujeres.
El flamante capitan se interrumpio para mirar abajo, extranandose de la
soledad de la playa. Todos los servidores habian desaparecido.
--Esto no puede seguir asi--dijo con autoridad--. Afortunadamente, yo
vuelvo a ser alguien en los presentes momentos, y remediare tal
desorden. No le prometo volverle hoy mismo a la Galeria de la Industria,
donde usted se encontraba tan bien. Seria demasiado rapido el cambio y
los senores del Consejo Ejecutivo podrian ofenderse. Pero yo hablare a
mi ilustre jefe Gurdilo, y es casi seguro que dentro de unos dias
ocupara usted su antigua vivienda. Mientras tanto, cuidare directamente
de su alimentacion. Ahora manda su amigo Flimnap, y no morira usted de
hambre.
Sonrio el profesor al acordarse de sus preocupaciones pecuniarias
algunos dias antes, cuando intentaba ayudar a la alimentacion del
gentleman con sus modestos recursos.
Como era un guerrero influyente, podia regalar hasta la saciedad a su
adorado gigante distrayendo una parte minima de los grandes depositos de
materias nutritivas requisadas por el gobierno para las necesidades del
ejercito.
--Va usted a comer mejor que en los ultimos dias--dijo con el tono
maternal que emplea toda mujer cuando se ocupa de la alimentacion del
hombre que adora--. ?Le siguen gustando a usted los bueyes asados?...
?Cuantos quiere para hoy, dos o media docena?
Iba a contestar el coloso, cuando un ruido extraordinario vino del lado
de la ciudad. Para el oido de Gillespie no era gran cosa: hubiese
equivalido en el mundo de los seres de su estatura al ruido que produce
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