eblas eran aun mas densas.
Braceo desesperadamente al sentir las primeras angustias de la asfixia,
dando al mismo tiempo furiosas patadas en el ambiente liquido. Tenia la
certeza de que iba a morir ahogado, y esto mismo comunicaba a sus
fuerzas un nuevo vigor.
--iNo quiero morir, no debo morir!--se decia Edwin.
El egoismo vital se habia apoderado de el, borrando las tristezas
sentimentales de poco antes. Ya no se acordaba de la dulce Popito ni de
Ra-Ra, suicida por amor. Este pigmeo podia matarse, era dueno de su
vida, y el no pensaba negarle el derecho a disponer de ella. Pero el
Gentleman-Montana no alcanzaba a comprender en virtud de que razones
debia imitar al otro, solamente porque se parecian, como una persona se
asemeja a un retrato suyo en miniatura.
Como el joven americano deseaba prolongar su vida, agito brazos y
piernas, no sabiendo en realidad si el abismo seguia absorbiendolo o si
lograba remontarse poco a poco hacia la superficie.
Su deseo era terminar lo mas pronto que fuese posible esta vida flotante
y anormal, en la que su cuerpo tenia que luchar contra las leyes
fisicas, trabajando desesperadamente por libertarse de los tirones de la
gravitacion. Solo aspiraba a encontrar un punto de apoyo, algo solido
que poder asir con sus manos.
Tan vehemente era este deseo, que no tenia en cuenta la magnitud del
objeto. Una botella cerrada, un simple tapon flotante, bastarian para
sostener todo su cuerpo. Lo esencial era encontrar donde agarrarse.
Y de pronto su mano derecha sintio el duro contacto de una madera pulida
y firme.
Se cogio a ella con la crispacion del que va a morir; la oprimio como si
pretendiese incrustar sus dedos en la venosa y compacta superficie.
Despues pego a ella su otra mano, y, apoyandose en este sosten, fue
elevando todo su cuerpo.
Tan grande resultaba la violencia del esfuerzo, que la madera crujio,
esparciendo un sonido de rotura a traves del ambiente liquido y
pegajoso.
Poco a poco saco la cabeza fuera del agua y vio que habia cerrado la
noche. Pero la lobreguez nocturna estaba cortada por el resplandor de un
sol rojo cuyos rayos parecian de sangre fluida.
Este sol lo tenia sobre su cabeza, e instintivamente volvio los ojos
para verlo. Era simplemente una lamparilla electrica resguardada por un
vidrio concavo.
Aturdido por tal descubrimiento, cerro los ojos para condensar sus
sentidos y poder apreciar lo que le rodeaba sin absurdos
fantasmagoricos. El hecho d
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