o ayudar al gobierno de las mujeres.
--Esto no es extraordinario, gentleman. Tambien creo que en el mundo de
los Hombres-Montanas las gentes dan su sangre y mueren por intereses
completamente opuestos a sus propios intereses. Los pobres, vestidos con
un uniforme, pelean por conservar a los ricos su riqueza; los soldados,
cuando terminan las guerras, viven en la miseria, mientras los que se
quedaron tranquilos en sus casas se reparten las cosas conquistadas; las
mujeres ignorantes apoyan a los hombres que se oponen a las
reivindicaciones del sexo femenino. Asi son los absurdos de la vida.
El gigante asintio con un movimiento de cabeza, mientras Popito
continuaba su relato.
La insurreccion habia tenido que retrasarse un dia, hasta que, al fin,
en la manana anterior, Ra-Ra, con unos cuantos miles de esclavos y
llevando como oficiales a muchos jovenes de los clubs "varonistas", se
lanzo al asalto de la Universidad para apoderarse de las armas
depositadas en el Museo Historico. Se creian seguros de obtener la
victoria gracias a las maquinas productoras de una coraza vaporosa que
neutralizaba el efecto de los rayos negros. Una ligera interrupcion
ocurrida a ultima hora en el mecanismo de estas maquinas habia
ocasionado el retraso del movimiento insurreccional.
Pero el gobierno estaba advertido de el, y un batallon de muchachas de
la Guardia defendia la Universidad. Muchas de estas se lanzaron
espontaneamente a manejar las armas antiguas, inventadas por los
hombres, siguiendo los consejos de un profesor que creia haber adivinado
su uso leyendo libros rancios.
La mayor parte de los fusiles no funcionaron. En otros se rompieron los
canones, matando a las amazonas que los manejaban. Pero los muy contados
que por casualidad pudieron enviar sus proyectiles contra los asaltantes
pusieron a estos en dispersion. Ademas, los hombres, que no habian
escuchado nunca el estrepito de las armas de fuego, sufrieron el
sobresalto propio de la falta de costumbre.
El resto de la Guardia ataco a flechazos a los insurrectos tenaces que
no querian huir, y Ra-Ra, con muchos de sus oficiales, cayo prisionero.
--Hoy lo juzgan, gentleman, y es seguro que lo condenaran a muerte. Solo
usted puede salvarlo. No desoiga mi ruego.
Gillespie quedo mirando a Popito con una fijeza dolorosa. La pobre
muchacha gemia, sin apartar de el sus ojos lacrimosos, como si fuese una
divinidad en la que ponia todas sus esperanzas. Empezo a sentir la
colera
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