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en el agua.
Como Gillespie no veia otros enemigos aereos, salto dentro de su bote,
lo que produjo en el puerto una enorme ondulacion que hizo danzar sobre
sus amarras a todos los buques de los pigmeos.
Rapidamente, el coloso habia amontonado con ambas manos varias rocas de
la escollera, arrojandolas en el fondo de su barca. Vio con placer que
la marineria de la escuadra del Sol Naciente habia dejado en su
embarcacion dos remos antiguos, asi como una cesta, una paleta para
achicar el agua y otros objetos de menos valor. Todo lo demas, viveres y
ropas, se lo habian llevado el primer dia de su llegada para exhibirlo
ante el gobierno y guardarlo, finalmente, en los arsenales de la ciudad.
Lo primero que procuro fue librar el bote de las amarras puestas por los
pigmeos. Lamentaba no tener un simple cortaplumas para terminar mas
pronto, partiendo los cables que lo tenian sujeto. Dos de estos le unian
al muelle, atados a dos troncos de pino que hacian oficio de pilotes.
Gillespie, para no perder tiempo desenredando los nudos hechos por la
marineria enana, tiro simplemente de estos cables, enormes para los
habitantes del pais, pero menos gruesos que su dedo menique, arrancando
los dos maderos de la tierra en que estaban clavados. Luego se dirigio
hacia la proa para levantar las anclas hundidas en el fondo del puerto.
Estas anclas eran recuerdos venerables de la epoca posterior a Eulame,
cuando las naciones, en implacable rivalidad maritima, se dedicaron a
construir buques inmensos, fortalezas flotantes de numerosos canones,
guarnecidas por miles de combatientes. Para Gillespie resultaban de un
tamano considerable, mas alla de las proporciones guardadas por las
demas cosas de los pigmeos, pues eran tan largas casi como sus piernas.
Por esto tuvo que esforzarse mucho para arrancarlas del barro del fondo,
subiendolas hasta el bote.
De pronto suspendio su trabajo al oir que le hablaban en ingles desde el
muelle. Era Flimnap. Todos sus compatriotas permanecian alejados despues
de haber visto que el gigante del arbol amenazador sabia igualmente
aplastar a sus enemigos a gran distancia, valiendose de rocas capaces de
destruir una casa o un buque. Gritaban contra el, pero se mantenian
aglomerados en las bocacalles, prontos a huir, sin atreverse a avanzar
al descubierto sobre los muelles. Solo Flimnap, siguiendo los consejos
de su amor y seguro de la bondad del gigante, se atrevio a ir hacia el.
--iGentleman--dijo con voz
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