n sobre su pecho tiraron de la cuerda con un
esfuerzo regular y prudente para evitar que el despertase. Sintio que lo
que subian no era un ser animado, sino algo largo y de una rigidez
metalica.
--La barra de acero que desean clavarme en el corazon--penso el
gigante.
No se equivocaba. A traves de sus parpados entornados vio como el grupo
de hombres iba desatando la barra mortifera, poniendola en posicion
horizontal. Su tamano era doble que la estatura de ellos.
Sono abajo un leve silbido, y volvieron a echar la cuerda. El hombre que
subia ahora carecia de agilidad, hundiendo pesadamente sus pies entre
las costillas del gigante, como si temiera caerse.
Gillespie no alcanzaba a verle bien, pero sospecho que era una mujer.
Esta mujer, tendiendose sobre su pecho, se fue arrastrando con el oido
pegado a la piel, sirviendole de guia el ruidoso bombeo de la sangre a
traves del enorme corazon.
Al fin el director femenino se irguio, senalando con un dedo a sus pies,
como si dijese: "Aqui".
Inmediatamente acudieron los seis bandoleros con su barra. Mientras unos
la mantenian verticalmente, otros se frotaban las manos y escupian en
ellas, preparandose para el gran esfuerzo comun.
Cuando todos estuvieron listos, la mujer levanto un brazo para dar la
senal, y los seis elevaron al mismo tiempo el gran hierro de punta
aguda. Solo esperaban la voz de su jefe para dejarlo caer; pero antes de
que esto ocurriese, una catastrofe los anonado, como si se hubiesen
desatado sobre ellos todas las fuerzas crueles y ciegas de la
Naturaleza, como si las montanas que cerraban el horizonte se hubieran
desplomado sobre sus cabezas formando una cascada de tierra y de
piedras, como si el mar hubiera abandonado su lecho levantando una ola
unica para barrerlos.
El gigante habia movido un brazo para colocarlo al nivel de su cuello, y
a continuacion hizo con el un rudo movimiento a lo largo del pecho, que
anonado y se llevo rodando cuanto pudo encontrar.
Los seis hombres, con su barra, asi como la misteriosa mujer que los
dirigia, salieron disparados por el aire.
Y no fue esto lo peor para ellos, pues el Hombre-Montana se levanto a
continuacion, de un salto, y empezo a dar patadas en el suelo,
persiguiendo a las figurillas negras, que huian aterradas en todas
direcciones lanzando chillidos. Cada puntapie dado por el gigante
levantaba nubes de arena, y en ellas se veia flotar siempre algun
pigmeo, los brazos y las piernas abiertos lo
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