Apenas hubo cerrado la noche, se fue dando cuenta Gillespie, por ciertos
preparativos, de que el aviso de Ra-Ra era cierto. Vio como los atletas
bigotudos y malencarados se echaban a la espalda sus mochilas,
despidiendose de sus companeros. Esto ultimo lo presintio unicamente por
sus gestos; pero asi era en realidad. El grupo de valentones se volvia a
Blefuscu, anunciando su partida en la primera maquina voladora que
saliese al amanecer para su pais. Los que se quedaban no podian ocultar
su satisfaccion al verse libres de unos matones que tanto abusaban de
ellos.
Gillespie considero este viaje repentino, preparado con ostentacion,
como una certeza de que el golpe contra el seria aquella misma noche.
Se tendio en la playa, como siempre, colocandose a poca distancia de la
hoguera, que empezaba a disminuir sus llamas. Poco a poco se fueron
retirando sus acompanantes para dormir detras de las dunas o al abrigo
de los canares. Transcurrieron largas horas de silencio. La obscuridad
era cortada de tarde en tarde por los rayos de colores que llegaban de
las maquinas aereas. Pero en la presente noche estas iluminaciones
resultaban menos numerosas, como si alguien hubiese influido para que
sus guardianes le vigilasen menos. En los largos periodos de obscuridad,
las palpitaciones de la hoguera poblaban la noche de repentinos fulgores
de incendio, seguidos de largas y profundas tinieblas.
Permanecia el gigante en voluntaria inmovilidad, con los ojos entornados
y lanzando una respiracion ruidosa. De pronto creyo oir un ligerisimo
susurro semejante al de unos insectos arrastrandose sobre la arena.
--Ya estan aqui--dijo mentalmente.
La camiseta que cubria su pecho se agito con un leve tiron. Era uno de
los asaltantes, el mas agil de todos, que se habia agarrado al tejido,
encaramandose por el hasta llegar a lo mas alto de su torax. Desde alli
arrojo una cuerda a los que esperaban abajo, y uno tras otro fueron
subiendo cinco hombres, con grandes precauciones, procurando evitar un
roce demasiado fuerte al deslizarse por la curva del pecho gigantesco.
El Hombre-Montana seguia respirando ruidosamente, y sus ojos apenas
entreabiertos podian ver lo que ocurria alrededor de el, aunque de un
modo vago. Distinguio como se movian sobre la arena obscura de la playa
algunos animales todavia mas obscuros. Sin duda eran companeros de los
asesinos, que se quedaban abajo para dar la senal en caso de peligro.
Los seis hombres que estaba
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