n las
universidades. Tambien sabrian inventar y fabricar nuevas armas mas
poderosas, apelando a la colaboracion de las mujeres cientificas y de
las que dirigian la industria.
iAntes la guerra, una guerra larga y sangrienta como las de Eulame, que
verse vencidas y esclavizadas por el hombre, lo mismo que en otros
siglos!
La muchedumbre aglomerada ante el palacio rugio de entusiasmo al ver en
un balcon al siempre descontento tribuno sonriendo a los senores del
gobierno y abrazandose con ellos.
Bajo el resplandor sonrosado de las iluminaciones nocturnas desfilaron
todas las tropas de la capital. El entusiasmo femenino estallo en gritos
estridentes al ver pasar los batallones de muchachas arrogantes
acompanadas por el centelleo de sus espadas, de sus casquetes y de sus
uniformes cubiertos de escamas metalicas. ?Como los hombres, groseros y
cortos de inteligencia, iban a poder resistir el empuje de estas
amazonas robustas, esbeltas y de ligero paso?... Despues, las hembras
mas rabiosas rectificaban sus opiniones para aplaudir igualmente al sexo
enemigo.
No todos los hombres eran dignos de abominacion. Los jinetes de la
policia, aquellos barbudos de la cimitarra, tan odiados por el pueblo,
desfilaban igualmente. Todos habian pedido que los enviasen a combatir a
los insurrectos. Y detras de ellos pasaron miles y miles de voluntarios
que acababan de alistarse: atletas semidesnudos, maquinas de trabajo que
habian vivido hasta entonces en una pasividad estupida y parecian
despertar a una nueva existencia con la aparicion de la guerra. Las
mujeres los admiraban ahora como si fuesen unos seres completamente
diferentes de los siervos que habian conocido horas antes.
--iViva el gobierno! iViva la Verdadera Revolucion! iVivan las
mujeres!--gritaban al pasar entre el gentio.
Y sus gritos los lanzaban de buena fe, sin ninguna ironia. Lo importante
para ellos era hacer la guerra, no parandose en averiguar contra quien
la hacian. Marchaban a combatir a los hombres porque estaban en la
capital; de haberse encontrado en Balmuff, hubiesen ido a combatir a las
mujeres, profiriendo gritos radicalmente contrarios con el mismo
entusiasmo y la misma voluntad de ser heroes.
El Hombre-Montana adivino desde las primeras horas del dia que algo
extraordinario estaba ocurriendo en la Ciudad-Paraiso de las Mujeres.
Los constructores de la escollera le ordenaron, valiendose de gestos,
que suspendiese el trabajo de acarrear grandes piedras
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