lo prometia Ra-Ra, o para obligarle a trabajar y
darle mal de comer, como venia haciendolo el gobierno de las mujeres.
Al despertar en la manana siguiente, se vio completamente solo. Todos
sus acompanantes habian huido. Esta soledad inquieto al Hombre-Montana.
Nadie iba a traerle el pescado para el diario alimento, ni el agua
necesaria, ni la lena para hacerle hervir el caldero. Lo unico que le
tranquilizo, dandole la seguridad de no morir de hambre, fue ver que no
quedaba nadie en torno de el capaz de cortarle el paso.
El destacamento de soldados que vivaqueaba antes entre el puerto y la
playa habia desaparecido. Sobre su cabeza no vio una sola maquina
voladora ni sus ojos encontraron ningun buque enfrente de el. Salian de
la ciudad verdaderas nubes de aviones, algunos de ellos enormes hasta el
punto de poder transportar varios centenares de pasajeros. Pero todos se
alejaban en direccion opuesta, y lo mismo hacian las escuadras de buques
que abandonaban el puerto.
Llevaba una hora de pie, mirando hacia la ciudad, espiando las amplias
avenidas que alcanzaba a ver entre los aleros, y en las cuales
hormigueaba un publico continuamente renovado, cuando sintio con
insistencia un cosquilleo en uno de sus tobillos. Al volver sus ojos
hacia el suelo, vio erguido en la arena, sobre las puntas de sus botas
para hacerse mas visible y moviendo los brazos, a un pigmeo, mejor
dicho, a un soldado, con casco de aletas y espada al cinto, el cual daba
gritos para llamar su atencion. Un poco mas alla vio tambien una maquina
rodante en figura de tigre, que habia traido sin duda a este guerrero, y
era guiada por otro de la misma clase, aunque de aspecto mas modesto.
El gigante se sento en la arena lentamente, para no danar con el
movimiento de su cuerpo al enviado del gobierno. Porque Gillespie solo
podia imaginar que fuese un emisario del Consejo Ejecutivo este oficial
que brillaba al sol como si fuese todo el vestido de vidrio y ademas
llegaba montado en un vehiculo automovil de aspecto tan fiero.
Puso sobre la arena una de sus manos, y el militar monto en la palma con
cierta torpeza, que hizo sonreir al coloso. Para ser una mujer de
guerra, estaba demasiado gruesa y tenia los pies inseguros. Fue subiendo
la mano poco a poco para que el emisario no sufriese rudos balanceos, y
al tenerla junto a sus ojos lanzo una exclamacion de sorpresa.
--iProfesor Flimnap!
La traductora saludo quitandose el casquete alado, mientras apoyab
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