o del gobierno, viniendo
de los ultimos confines del mundo conocido.
Los curiosos ya no reian de la grotesca revolucion de los hombres.
Lanzaban los periodicos edicion tras edicion para contar la historia de
este suceso, el mas inaudito e inesperado desde que las mujeres
constituyeron los Estados Unidos de la Felicidad. Los insurgentes de
Balmuff se habian lanzado con piedras y palos sobre la Universidad de su
capital, apoderandose de ella sin mas esfuerzo que repartir unos cuantos
garrotazos entre los profesores femeninos y otros empleados de igual
sexo que dependian del lejano y omnipotente Momaren. Luego se habian
esparcido por el Museo Historico, apoderandose de los fusiles y canones
que figuraban en sus salas. Precisamente el gobierno de la
Confederacion, para satisfacer sin gasto alguno la vanidad de las
mujeres patriotas de este Estado remoto, habia enviado, poco despues del
triunfo femenil, enormes cantidades del antiguo material de guerra de
los hombres, para que con esta ferreteria inutil adornasen su palacio
universitario.
El jefe militar de Balmuff era una amazona membruda y de labios
bigotudos, desterrada de la capital a causa de sus costumbres demasiado
libres. Este guerrero rio al saber que la canalla masculina--que hacia
sus delicias en secreto--se armaba con los artefactos inutiles del
pasado, y se limito a ir en su busca con unas cuantas maquinas
expeledoras de rayos negros. De este modo no necesitaria que sus
amazonas persiguiesen a los insurrectos a flechazos. Ellos mismos iban a
matarse, pues los rayos prodigiosos harian estallar entre sus manos las
maquinas anticuadas que acababan de adquirir ilegalmente.
Pero al dirigir contra los revolucionarios los rayos negros, siempre
poderosos, quedo absorto viendo su ineficacia. De los grupos rebeldes no
surgio ninguna explosion. Ademas, estos grupos eran casi invisibles,
pues en torno de ellos se notaba la existencia de una neblina gris, un
halo denso, que los envolvia y los acompanaba como una armadura aerea.
En cambio, de la masa insurrecta surgio de pronto el trac-trac de las
ametralladoras, semejante al ruido de las antiguas maquinas de coser, el
largo y ruidoso desgarron de las descargas de fusileria, el punetazo
seco y continuo de los canones de tiro rapido, y en unos segundos
quedaron en el suelo la mayor parte de las tropas del gobierno, huyendo
las restantes con un panico irresistible.
Las gentes de la capital, al leer esto, se miraban ater
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