igmeos y tenia por menos vil la
esclavitud a que le habian sometido.
Como solo le daban a comer parcamente, con arreglo a su trabajo, se
esforzaba por que cada dia su labor resultase mas grande. Era imposible
todo intento de fuga, pues ni por un momento cesaba la vigilancia en
torno de el. Al llegar a la punta de la escollera donde colocaba sus
rocas podia ver todo el puerto de la capital. El bote que le habia
traido estaba en mitad de el, como un navio de dimensiones
inverosimiles, rodeado de las unidades de la escuadra del Sol Naciente.
Unos cuantos pasos en el agua le bastaban para llegar a su antigua
embarcacion, y un dia sintio la curiosidad de verla de cerca.
Representaba un consuelo en medio de su esclavitud tocar con sus manos
este bote, que le hacia recordar el mundo de sus semejantes.
Pero apenas intento avanzar hacia el interior del puerto, uno de los
buques de guerra que le vigilaban forzo sus maquinas para cortarle el
paso, colocandose ante el. La tripulacion de pigmeos braceaba sobre la
cubierta, gritandole para que volviese atras, y como tardase en
obedecer, una gran flecha disparada por el buque paso cerca de su nariz
a guisa de amenazadora advertencia.
Otro dia, aburrido de la monotonia de sus continuos viajes entre la
orilla de la playa y la punta de la escollera, el Hombre Montana quiso
permitirse una ligera diversion. Sentia el deseo de nadar un poco en
aguas mas profundas, pues el mar solo le llegaba a la cintura en sus
idas y venidas. Y despues de acarrear cuatro piedras en vez de dos, se
echo de espaldas en el agua, nadando mar adentro.
Este simple juego produjo gran alarma en los buques y las maquinas
aereas, que hasta entonces habian evolucionado mansamente. Los navios se
lanzaron en su persecucion, y al ver que el gigante se ocultaba bajo el
agua en una de sus cabriolas de nadador, como todos ellos eran
sumergibles, le imitaron, sumiendose igualmente en las profundidades
submarinas.
Antes de que Gillespie volviese a la superficie se sintio aprisionado
por las patas de un pulpo, que le inmovilizaban, acabando por tirar de
el. Eran los cables vivientes de los sumergibles, que le habian cazado
en el seno del mar. Salio a la superficie remolcado por estos lazos, que
se clavaban en sus carnes, y para evitar su cruel mordedura hizo pie en
la arena, procurando correr hacia la costa con una velocidad igual a la
de los buques.
Su nuevo traductor, que estaba en la punta de la escollera para
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