ancia, no hubiese molestado
inconscientemente a ciertos personajes, especialmente a uno que es el
consejero secreto del gobierno y el verdadero autor de los errores que
comete.
Aqui Gurdilo se lanzo rencorosamente contra Momaren, describiendolo sin
dar su nombre, relatando sus desgracias domesticas, su lucha con Popito,
su odio contra el gigante, por creerle complice de Ra-Ra. Hasta los
senadores mas amigos del Padre de los Maestros rieron francamente cuando
el senador fue relatando, con una comica exageracion, todo lo ocurrido
en la tertulia literaria. La imagen de los dos poetas cayendo envueltos
por el salivazo del gigante provoco risas tan enormes, que el orador se
vio obligado a una larga pausa. Fueron muchos los que empezaron a ver en
aquel coloso, tenido por estupido, una bestia chusca, graciosa por sus
brusquedades y merecedora de cierta piedad.
Gurdilo termino declarando que el no podia admitir la peticion del
gobierno, y rogo al Senado que votase contra ella. Admitirla equivalia a
servir una venganza particular. Podia haberse aceptado esta resolucion
en el primer momento de la llegada del Hombre-Montana, cuando el Estado
no habia hecho aun ningun gasto; pero resultaba incongruente matarlo
ahora, despues de haber costado al pais tan enormes sumas.
Una parte de la asamblea acepto la opinion de Gurdilo; pero esta vez el
orador no consiguio apoderarse de la voluntad de todos los senadores, y
varios amigos de los altos senores del Consejo se levantaron a
contestarle.
Despues de una larga discusion, la asamblea quedo dividida en dos
grupos: unos, con Gurdilo, pedian que no se matase al Hombre-Montana,
pues esto representaba el derroche inutil de las sumas empleadas en su
manutencion; otros defendian al gobierno, demostrando que tan enormes
gastos eran la prueba mejor de la necesidad de suprimir al costoso
intruso para realizar economias.
Flimnap temblo en su asiento. Gurdilo iba a perder la victoria que se
imaginaba haber alcanzado con su discurso. Como los defensores del
gobierno hablaban de economias, la opinion se iba hacia ellos.
Vio que Gurdilo conversaba en voz baja con un viejo senador de palabra
balbuciente y aspecto caduco, el cual daba fin muchas veces a las
discusiones mas intrincadas con una solucion de sentido vulgar, conocida
de todos, pero que todos habian olvidado.
El anciano, despues de oir al tribuno, se levanto para formular una
proposicion que podia satisfacer a los dos bandos. Era
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