oportuno no matar
al gigante, para que asi no quedasen perdidas las grandes sumas que
habia costado su manutencion, y era conveniente tambien que en adelante
no comiera a costa del Estado, consiguiendose de tal modo la economia
que buscaban los amigos del gobierno. Para esto, lo mas sencillo era
obligar al Hombre-Montana a que viviese lo mismo que los hombres
esclavos, que ganaban su subsistencia trabajando como maquinas de
fuerza.
--Ese gigante puede emplear sus brazos en las obras de ampliacion de
nuestro puerto. Su enorme estatura y su vigor le permitiran colocar
grandes rocas en los fondos submarinos mas aprisa que lo hacen nuestros
buzos y nuestras maquinas. De este modo su manutencion puede resultarnos
gratuita, y iquien sabe si hasta representara un buen negocio para el
Estado!... Ese animal enorme, bajo una direccion severa y convencido de
que no comera si no trabaja, puede dar un rendimiento mayor de lo que
creemos.
La proposicion fue admitida acto seguido por los senadores que gustaban
de las soluciones de caracter utilitario. El publico la encontro tambien
acertada. Los pigmeos se sentian halagados al pensar que iban a infligir
una existencia de crueldades y privaciones a aquel gigante capaz de
aplastarlos entre sus dedos. Esto resultaba mas util y mas divertido que
darle muerte.
En vano los amigos del gobierno intentaron una ultima resistencia,
alegando que el Hombre-Montana se resistira a trabajar.
--Le obligaremos--dijo ferozmente un senador--. Si no trabaja no comera.
Ademas, nuestras maquinas voladoras y nuestros buques le haran obedecer.
Esta contestacion energica fue acogida con grandes aplausos, y despues
de ella ceso toda resistencia. Gillespie se libro de la muerte, pero fue
condenado a trabajo perpetuo.
Gurdilo, medianamente satisfecho de su triunfo, miro a las tribunas,
descubriendo al doctor Flimnap. Este bajo a un salon donde le esperaba
el celebre senador.
--No he podido hacer mas--dijo--; pero en fin, algo es haberle salvado
la vida.... Afortunadamente, el gobierno no sera eterno, y el dia que yo
le suceda me acordare de mejorar la suerte del pobre gigante.
Flimnap se hallaba en una situacion igual a la del senador. Sentia
contento porque el amado gentleman no iba a morir, pero se aterraba al
imaginarse su nueva existencia.
No intento en el resto de la tarde ni durante la noche subir a la colina
donde estaba el prisionero; pero fue en busca de los periodistas que le
perse
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