io de su desorientacion, el profesor habia encontrado una idea que
consideraba salvadora. Los gestos y las palabras de aquellos enviados
del gobierno le hicieron creer que la muerte del Hombre-Montana era cosa
decidida por el Consejo Ejecutivo. Veia agitarse a Momaren como una
potencia irresistible que suprimiria todo movimiento de piedad en favor
del gigante. ?Por que permanecer al lado del caido sin hacer nada? El
gobierno tenia enemigos y el Padre de los Maestros tambien. Cuando todos
perseguian al Hombre-Montana, era conveniente buscar una nueva
proteccion, explotando los rencores que separaban a unos de otros.
Habia abandonado a Gillespie al cerrar la noche para correr a la capital
en busca de Gurdilo. Pronto averiguo su domicilio. El famoso senador
hacia alarde de una vida austera, procurando que todos conociesen la
pobre casa que habitaba.
Flimnap fue recibido por el cuando estaba terminando, con una
ostentacion virtuosa, su cena frugal, en presencia de varios
admiradores, todos femeninos. El aspero senador evitaba el trato con los
hombres, acordandose de las desdichas de Momaren y otros personajes. Sus
amistades intimas eran siempre con gente de su sexo.
Cuando Flimnap quedo a solas con Gurdilo, en una pieza modestamente
amueblada, se apresuro a hacer su propia presentacion.
--Senador, yo soy el pedante de que hablo usted ayer; el encargado de
guardar al Hombre-Montana.
El tribuno hizo un gesto despectivo al oir el nombre del coloso. Su
opinion sobre el estaba formada, y todo lo referente a su persona lo
tenia guardado en una carpeta llena de papeles puesta sobre una mesa
proxima. Alli estaban los celebres datos estadisticos sobre las enormes
cantidades de materias alimenticias que llevaba devoradas el intruso.
Todo esto pensaba emplearlo al dia siguiente en el segundo discurso que
pronunciaria contra el Hombre-Montana, o mejor dicho, contra el gobierno
que le habia protegido.
--Usted no hara el discurso--dijo el universitario con autoridad--.
Resulta inutil, por la razon de que manana el gobierno va a dar muerte
al gigante.
El temible senador, que se creia dueno de sus impresiones y habil para
ocultarlas en todo momento, casi dio un salto de sorpresa al escuchar a
Flimnap. ?Con que derecho se atrevia el gobierno a disponer del
Hombre-Montana? El consideraba al gigante como una cosa propia; se habia
ocupado de su persona antes que los demas, y ahora venia el Consejo
Ejecutivo a inmiscuirse en el a
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