a vez mas proxima.
Mientras tanto, Flimnap corria las calles de la capital, enterandose de
una serie de noticias muy inquietantes para el. Un profesor le anuncio
que Momaren, por ciertos detalles que le habian comunicado algunos
subordinados, estaba ya convencido de que era Ra-Ra el que acompanaba al
gigante. El Padre de los Maestros, aceptando las sugestiones de su
vanidad, creia que este varonista, enemigo del orden, habia sugerido al
Hombre-Montana la idea de interrumpir su tertulia en el momento preciso
que el gran Golbasto recitaba sus versos, para quitarle asi un gran
triunfo literario. A primeras horas de la manana habia tenido una
conversacion violenta con Popito, la cual nego haber visto a Ra-Ra en la
parte alta del palacio universitario. Luego el influyente personaje
abandono su cama, y estaba ahora en la presidencia del Consejo
Ejecutivo, recomendando sin duda la persecucion del revolucionario
masculista.
Poco despues Flimnap se encontro con un grupo de noticieros de los
grandes diarios, que le iban buscando desde horas antes. Querian conocer
su opinion sobre lo ocurrido en la tertulia del Padre de los Maestros,
pero el se expreso de un modo ambiguo. De buena gana hubiese contestado
rudamente a estos curiosos insaciables que le perseguian a todas horas;
pero la gratitud le obligaba a ser cortes. Todos los diarios hablaban
con elogios de su discurso en el templo de los rayos negros,
lamentandose de haber desconocido durante tantos anos a un orador tan
eminente.
Los periodistas le dieron una noticia que resulto la peor de todas.
Gurdilo habia anunciado su deseo de pronunciar un discurso en el Senado
a proposito del Hombre-Montana apenas se abriese la sesion. Tal vez el
temible orador estaba ya hablando a estas horas.
Flimnap corrio al palacio del gobierno, entrando en el ala ocupada por
el Senado. Su amor por Gillespie le sugeria las mas atrevidas
resoluciones. El timido profesor, que pocos dias antes era incapaz de la
mas pequena iniciativa, se asombraba ahora de su audacia. Penso hablar a
Gurdilo, si es que aun no habia empezado su interpelacion al gobierno.
No se conocian, pero el desde unos dias antes era un personaje celebre,
del que se ocupaban mucho los periodicos, y bien podia permitirse la
libertad de hacer una visita a un companero suyo de gloria. Dentro del
Senado, al preguntar por el famoso orador, se convencio de que habia
llegado tarde. Gurdilo estaba ya en el salon de sesiones, y no admit
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