a
de los rayos negros. Todos estaban aun bajo la influencia de su triunfo
oratorio, y le saludaron con afabilidad. Hasta parecieron alegrarse del
encuentro.
--Es el Hombre-Montana, que se ha vuelto loco--dijo uno de ellos--. Ha
atacado a un destacamento de policia que fue esta tarde a registrar su
vivienda en busca de un terrible criminal y ha matado a no se cuantos
con un tronco de arbol. Usted, doctor, puede hablarle; tal vez le haga
caso. Si no le atiende, la guarnicion dara un asalto a su vivienda.
Correra mucha sangre, pero le mataremos.... iUn gigante que parecia tan
simpatico!...
El profesor se adelanto al ejercito, que ascendia poco a poco, con
grandes precauciones, conservando su organizacion tactica para poder dar
la batalla al coloso, y a los pocos momentos llego a la Galeria a todo
correr del automovil en que iba sentado.
Fuera del edificio estaba toda la servidumbre, aterrada aun por la
tempestuosa explosion de colera del Hombre-Montana. Muchos de los
atletas semidesnudos se aproximaron a Flimnap con los brazos en alto.
--iNo entre, doctor!--gritaban--.iLe va a matar!
Vio tambien a un grupo de hembras membrudas y malencaradas,
reconociendolas como pertenecientes a la policia. Eran los agentes que
habian intentado examinar los bolsillos del gigante despues de haber
registrado toda la Galeria en busca de Ra-Ra.
Algunas de ellas tenian manchas de sangre en el rostro y en las ropas;
otras, sentadas en el suelo, se quejaban de tremendos dolores en sus
miembros. Pero estos dolores, asi como la sangre, eran una consecuencia
de las caidas que habian dado al huir del gigante. Su inmenso garrote,
al chocar contra el suelo, esparcia un temblor igual al de un terremoto.
Flimnap, despues de muchas preguntas, saco la conclusion de que el
gigante no habia matado a ninguno de los que consideraba sus enemigos.
Felizmente para estos, su pequenez les habia hecho escapar del unico
golpe que el gigante tiro con su arbol contra el grupo de policias.
Estos, aterrados aun, repitieron la misma suplica de los servidores.
--No entre, doctor. Deje que llegue el ejercito. El sabra dar a ese loco
lo que merece.
Pero el doctor se lanzo dentro de la Galeria con la confianza del amante
que no puede temer a la persona amada, aunque la vea en un estado de
ferocidad.
Gillespie, cansado de permanecer derecho, con la cachiporra en una mano,
junto a la puerta de la Galeria, habia vuelto a ocupar su asiento ante
la mesa, pe
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