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ro sin perder de vista la abertura de entrada. Al ver a Flimnap echo mano instintivamente al tronco enorme que le servia de baston. --iSoy yo, gentleman!--grito el profesor con voz temblona. Y el gigante, al reconocerle, volvio a su actitud tranquila. Fue para Flimnap una gran desgracia que los atletas de la servidumbre hubiesen abandonado la grua monta-platos, pues se vio obligado a ascender por una de aquellas terribles rampas que le infundian pavor. Para mayor infortunio suyo, el gigante, al levantarse y empunar su garrote contra la policia, habia hecho esto con tal violencia, que una de sus rodillas, chocando contra una pata de la mesa, dejo medio rota y casi colgante la espiral arrollada en torno de ella. El doctor, que remontaba, bufando de angustia, esta rampa interminable, sintio de pronto que crujia bajo sus pies e iba a romperse definitivamente, haciendole caer de una altura igual a doce o quince veces la longitud de su cuerpo. El terror le hizo pedir socorro con chillidos de angustia. Fuera del local, los servidores y los maltrechos policias se miraron con una expresion de inteligencia: --iYa lo mata!... Le esta bien, por no haber querido oir nuestros consejos. Avisado por los gritos del profesor, Gillespie bajo su cabeza hasta el nivel de su asiento, sacandole con dos dedos de la espiral cimbreante. Luego, colocandolo en la palma de la otra mano, lo fue subiendo hasta cerca de su rostro. --?Que ha hecho usted, gentleman?--preguntaba Flimnap durante su ascension, como si intentase reconvenirle. Pero la colera del gentleman duraba aun, y el profesor se asusto al ver la expresion de sus ojos. Fue contando Gillespie todo lo ocurrido, que era igual, con ligeras variantes, al relato escuchado por el profesor al pie de la colina. --Lo que siento--termino diciendo el gigante--es no haber aplastado a toda esa canalla que pretendia registrarme. Pero otros llegaran; les espero, y van a tener peor suerte. --?Y Ra-Ra?--dijo el profesor. Esta pregunta amenguo un poco la colera de Gillespie. Despues de haber hecho huir a los policias, y mientras su servidumbre medrosa escapaba tambien fuera de la vivienda, Ra-Ra le hablo desde el fondo del bolsillo que le servia de refugio. Consideraba prudente no quedarse alli. Ya habia hecho bastante el gigante para defenderle de sus enemigos. Debia dejarlo escapar antes de que llegasen fuerzas mas considerables. Necesitaba mantenerse libre para la continuaci
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