ia
visitas que le distrajesen cuando preparaba mentalmente sus terribles
discursos.
El catedratico subio a una de las tribunas destinadas al publico, viendo
abajo, entre las matronas que formaban el Senado, al temible Gurdilo,
hacia el que convergian todas las miradas.
Nunca sufrio el pobre Flimnap una tortura igual a la de escuchar a este
personaje confundido entre el publico y sin poder contestarle. Despues
de su triunfo en el templo de los rayos negros, se consideraba tan
tribuno como el celebre sanador; pero aqui no era mas que un simple
oyente que podia ser encarcelado si osaba alterar con sus interrupciones
la calma de la majestuosa asamblea.
La oradora senatorial, con la faz mas amarilla que nunca, la mirada
torva, la nariz encorvada y una voz silbante, ataco a Gillespie durante
mucho tiempo, procurando que sus golpes al coloso cayesen de rebote
sobre los altos senores del Consejo Ejecutivo.
Hizo la historia de todos los Hombres-Montanas que habian llegado al
pais en el curso de los siglos. El primero, segun el testimonio de
viejos cronistas, acabo siendo un traidor al Imperio de Liliput que le
habia dado hospitalidad, pues se fue con los de Blefuscu, que eran
entonces enemigos. Ademas, al regresar a su monstruosa patria, publico,
segun vagas noticias traidas por Eulame, un libro en el que ponia en
ridiculo a todos los liliputienses.
Los colosos que habian llegado despues eran gentes barbaras y viciosas,
sin educacion universitaria y de una capacidad estomacal que acababa
causando grandes escaseces y hambres en la nacion. Cometian tales
desafueros, que finalmente habia que suprimirlos.
Y cuando se habia aceptado como medida prudente el matar a estos
intrusos, que se presentaban de tarde en tarde, con la regularidad de
una epidemia, llegaba el ultimo Hombre-Montana, y el Consejo Ejecutivo,
faltando a la tradicion, le concedia la vida.
Aqui Gurdilo empezo a hablar ironicamente de la enorme influencia que
unos cuantos profesores y fabricantes de versos ejercian sobre el
gobierno actual.
--Ha bastado--dijo el orador--que un pobre pedante que ensena en nuestra
Universidad la inutil lengua de los Hombres-Montanas, la cual de nada
puede servirnos; ha bastado, repito, que descubriese en un bolsillo del
tal gigante un libro del tamano de cualquiera de nosotros, con unos
versos disparatados, propios de su enorme animalidad, para que todos los
falsos intelectuales que dominan nuestra organizacion universit
|