e inaudita, que todo el respetable Senado
empezo a reir, y, animados por su hilaridad, los ocupantes de las
tribunas lanzaron igualmente grandes carcajadas.
Hasta algunas senoras masculinas que, envueltas pudorosamente en sus
velos, ocupaban la tribuna destinada a las esposas de los senadores
encontraron muy original la paradoja de Gurdilo, celebrandola con
discretas risas.
El orador continuo su discurso con arrogancia, seguro ya de que la
asamblea en masa iba a apoyarle con sus votos.
Por el momento, no pedia nada contra el Consejo Ejecutivo. Su
responsabilidad seria objeto de otro discurso. Lo que el solicitaba,
como patriota, era que cesase cuanto antes el escandalo y el peligro
para las buenas costumbres que significaba el modo de vestir del
gigante. Los pantalones correspondian a las mujeres, y era un atentado
contra las conquistas heredadas de la Verdadera Revolucion que este
intruso, siendo un hombre, se empenase en vestir de modo diferente a
todos los de su especie.
--Pido al Senado--termino diciendo el orador--que le quiten al
Hombre-Montana lo que no le corresponde usar y que se envie al Consejo
Ejecutivo una ley para que manana mismo lo vista con el recato y la
decencia que exige su sexo.
La ovacion al tribuno fue larga. El presidente tuvo que hacer sonar
varias veces la sirena electrica de su mesa para conseguir que se
restableciese el silencio.
--?Acuerda el Senado--pregunto--que el Hombre-Montana sea vestido como
corresponde a su sexo inferior?
Algunos senadores rutinarios que veneraban el reglamento hablaron de
votacion, pero los mas se opusieron, considerando que era inutil cuando
todas las opiniones se mostraban unanimes. Y levantando una mano,
votaron todos por aclamacion la urgencia de quitarle los pantalones al
Hombre-Montana.
Flimnap abandono la tribuna con el animo desorientado, no sabiendo
ciertamente si debia entristecerse o alegrarse por lo que acababa de
oir. La intervencion de Gurdilo le habia hecho sospechar en el primer
momento que tenia por objeto pedir la muerta de Gillespie. Pero al
convencerse de que el senador solo deseaba cambiar su vestidura, sin
hablar para nada de hacerle perder la existencia, casi sintio gratitud
hacia el. Le importaba poco que Gurdilo le hubiera llamado pedante y le
aludiese con otras frases despectivas, sin hacerle el honor de citar su
nombre. Los enamorados son capaces de los mas grandes sacrificios a
cambio de que la persona amada no sufra.
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