as tremendos castigos a los tres
caballos-hombres enganchados a el si no eran prudentes y osaban moverse
de alli. Siguiendo un dedalo de galerias y pasadizos, unicamente
conocidos por los amigos intimos de Momaren, llego al pequeno palacio
habitado por el Padre de los Maestros.
Ninguna de las recepciones vespertinas del potentado universitario se
habia visto tan concurrida como la de esta tarde. Todos los que
abominaban del contacto de la muchedumbre acudian a una tertulia que
proporcionaba a sus asistentes cierto prestigio literario.
Ademas, la reunion de esta tarde tenia un alcance politico. El Padre de
los Maestros queria darle cierto sabor de protesta mesurada y grave por
la ofensa que Golbasto se imaginaba haber recibido del gobierno.
Momaren, haciendo este alarde de interes amistoso, se vengaba al mismo
tiempo del joven poeta universitario que habia osado criticarle como
historiador.
Golbasto, que alla donde iba se consideraba el centro de la reunion,
entro en los salones saludando majestuosamente a la concurrencia. Casi
todos los altos profesores de la Universidad habian venido con sus
familias. Las esposas masculinas y los hijos, con blancos velos,
coronados de flores y exhalando perfumes, ocupaban los asientos. Las
mujeres triunfadoras y de aspecto varonil se paseaban por el centro de
los salones o formaban grupos junto a las ventanas.
Los universitarios hablaban de asuntos cientificos; algunos doctores
jovenes discutian, con la tristeza rencorosa que inspira el bien ajeno,
los meritos del camarada que en aquel momento estaba leyendo sus versos
a una muchedumbre inmensa sobre la escalinata del templo de los rayos
negros. Varios oficiales de la Guardia gubernamental y del ejercito
ordinario se paseaban con una mano en la empunadura de la espada y la
otra sosteniendo sobre el redondo muslo su casco deslumbrante.
De los grupos masculinos vestidos con ropas de mujer surgia un continuo
zumbido de murmuraciones y platicas frivolas. Los varones, divididos en
grupos, segun las Facultades a que pertenecian sus maridos hembras,
hablaban mal de los del grupo de enfrente. La esposa de un profesor de
leyes provocaba cierto escandalo. Segun sus piadosos companeros de sexo,
debia andar mas alla de los sesenta anos, y sin embargo tenia el
atrevimiento de rasurarse la cara lo mismo que un muchacho casadero, en
vez de dejarse crecer la barba como toda senora decente que ha dicho
adios a las vanidades mundanas y solo pi
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