versidad. No tema, son
fuertes y soportaran bien su peso.
Gillespie comprendio los deseos de Ra-Ra al ver en una terraza interior,
separada de la fachada por los profundos huecos de dos patios, a una
mujer con gorro universitario que agitaba los brazos, sorprendida y
alegre. No pudo reconocerla porque le faltaba su lente de aumento, pero
estaba casi seguro de que era Popito.
--Diviertanse mucho--dijo el gigante.
Y tomando a Ra-Ra otra vez con el pulgar y el indice de su mano derecha,
lo saco del bolsillo para depositarlo en un alero. Luego rio viendo como
corria, con una agilidad de insecto saltador, de tejado en tejado,
agitando sus velos como las alas de una mariposa blanca, bordeando el
abismo de los profundos patios, para llegar hasta la mujercita de
birrete doctoral que le aguardaba llevandose ambas manos al pecho,
henchido de emocion.
Al quedar solo, el gigante se movio con lentos pasos a lo largo de la
Universidad, cuyas balaustradas finales le llegaban a los hombros. No
veia ningun edificio que pudiera servirle de asiento. Apoyo un codo en
un alero mientras descansaba en su diestra la sudorosa frente, y al
momento echo abajo tres estatuas de doble tamano natural que adornaban
la balaustrada, representando a otras tantas heroinas de la Verdadera
Revolucion.
Tuvo miedo de causar nuevos danos en el monumento de la Ciencia, y
continuo su exploracion, buscando algo mas solido donde apoyarse.
Siguiendo el contorno del edificio llego a una plaza sobre la que
avanzaba un palacete anexo a la Universidad. Era una construccion de
tres pisos, cuya altura no pasaba de la mitad de sus muslos, y en cuya
techumbre, libre de emblemas y de barandas, podia sentarse comodamente.
Asi lo hizo Gillespie con suspiros de satisfaccion. Llevaba varias horas
caminando, con la atencion extremadamente concentrada y moviendo sus
pies entre prudentes titubeos para no aplastar a nadie.
Casi celebro que la audacia de Ra-Ra le hubiese dado motivo para
descansar en esta plaza solitaria, rodeado del silencio de una gran
ciudad desierta. Hasta tuvo la sospecha de que si no venian a buscarle
en su retiro acabaria echando un ligero sueno. Encontraba agradable
tener por asiento una dependencia del enorme palacio donde reinaba sin
limites la autoridad del Padre de los Maestros.
Aquella tarde, Golbasto, el gran poeta nacional, habia salido de su casa
apenas noto que las calles empezaban a quedar solitarias. El glorioso
cantor solo gus
|