tura mortal parecia haber perdido las ganas de
prolongar el paseo y guio a su protector hacia la Universidad.
Siguiendo sus consejos, Gillespie marcho lentamente para fijarse en
todas las particularidades del edificio que Ra-Ra le iba explicando.
Por su parte, el proscrito, sin dejar de hablar, examinaba los tejados,
las terrazas y las galerias cubiertas de este palacio, grande como un
pueblo, en el que habia pasado su adolescencia.
Hizo que el gigante detuviera su marcha, y echando medio cuerpo fuera
del bolsillo, empezo a dar gritos para que acudiese el jefe de la
escolta. Cuando este, conteniendo la nerviosidad de su caballo, que se
encabritaba al husmear la proximidad del coloso, pudo colocarse al fin
junto a los enormes pies, Ra-Ra le hablo desde arriba en el idioma del
pais. El Hombre-Montana deseaba hacer alto, empleando como asiento uno
de los pabellones bajos de la Universidad. La escolta, podia descansar
igualmente durante una hora echando pie a tierra.
El guerrero acepto con alegria la orden. Su tropa llevaba varias horas
de correr las calles, luchando con la rebelde curiosidad del publico y
repeliendo a los transeuntes y las maquinas terrestres. Cesaron de sonar
las trompetas y los jinetes se desparramaron en las vias inmediatas.
Cuando todos desaparecieron, Ra-Ra volvio a examinar la parte alta y
sinuosa del palacio universitario, donde estaban las habitaciones de los
doctores jovenes. Los mas de ellos se habian ido a la peregrinacion
patriotica, y asi se explicaba que las terrazas y las galerias
permaneciesen silenciosas, sin el ordinario rumor de peleas dialecticas.
Solo quedaban algunos doctores melancolicos meditando ante un libro
abierto. Al ver la cabeza del gigante distraian su atencion estudiosa
por unos segundos; pero luego reanudaban la lectura, como si solo
hubiesen presenciado un accidente ordinario. Todos ellos recordaban su
visita a la Galeria da la Industria, y tenian al Hombre-Montana por un
animal enorme, cuya inteligencia estaba en razon inversa de su grandeza
material.
Gillespie habia empezado por segunda vez la vuelta del edificio.
--Detengase aqui, gentleman--dijo de pronto Ra-Ra, ahogando su voz.
Edwin no comprendio tales palabras. ?Que deseaba este pigmeo, cada vea
mas exigente?...
--Digo, gentleman, que me deje aqui, en esa terraza. Dentro de una hora
vuelva a tomarme. Mientras tanto, puede usted descansar sentandose en
cualquiera de los pabellones anexos a la Uni
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