en la puerta mas proxima. Tal vez era
esto una imprudencia, pero ya no habia tiempo para disponer algo mejor.
El Gentleman-Montana debia cuidar de que Ra-Ra conservase oculto su
rostro y no incurriese en las audacias de otras veces.
Marcho Gillespie hacia la ciudad, precedido de un escuadron de jinetes y
numerosos trompeteros. Las murallas de la capital, levantadas en tiempos
de los viejos emperadores, habian sido destruidas anos antes para el
ensanche urbano. Pero quedaba en pie una de las antiguas puertas,
flanqueada por dos torres de una arquitectura elegante y original, que
habia contribuido a que la respetasen.
El Hombre-Montana se fijo en varias mujeres que estaban en lo alto de
dicha puerta para verle pasar, y en un hombre, el unico, envuelto en
pudicos velos.
--Gentleman, soy yo--dijo a gritos, agitando sus blancas envolturas.
El gigante extendio la mano sobre las torres, y tomando entra dos dedos
a Ra-Ra, lo puso delicadamente en la abertura del bolsillo alto de su
chaqueta. El joven le guiaria en su excursion, como el cornac que va
sentado en la testa del elefante.
Siguiendo sus indicaciones, se metio entre las dos torres y las casas
para seguir una amplia avenida.
Durante varias horas Gillespie visito la capital, admirando la audacia
constructiva de aquellos pigmeos. La mayor partes de los edificios eran
de numerosos pisos, y algunos palacios tenian sus azoteas altas al nivel
de su cabeza. Las casas, de nitida blancura, estaban cortadas por fajas
rojas y negras, y muchos de sus muros aparecian ornados con frescos,
gigantescos para los ojos de sus habitantes, que representaban sucesos
historicos o alegres danzas.
Entre las masas de edificios vio el gigante abrirse floridos jardines,
que a el le parecian no mas grandes que un panuelo, y en cuyos senderos
se detenian las mujeres para levantar la vista, admirando la enorme
cabeza que pasaba sobre los tejados. A pesar de que los trompeteros iban
al galope y soplando en sus largos tubos de metal por las calles que
seguia Gillespie, los ojos de este tropezaban a cada momento con
agradables sorpresas que le hacian sonreir. Los diarios habian anunciado
su visita a la ciudad; nadie la ignoraba, pero la fuerza de la costumbre
hacia que machos olvidasen toda precaucion y siguieran viviendo en las
habitaciones altas sin miedo a los curiosos.
Edwin vio que se cerraban algunas ventanas con estruendo de colera.
Muchos punos crispados le amenazaron cuando ya
|