urera habia
sido en el corazon del Paraguay, comerciando con las tribus salvajes;
trafico que no parecia haberle hecho rico. Como recuerdo de su vida en
las selvas, llevo a Buenos Aires cuatro cocodrilos del gran rio
Paraguay, llamados _yacares_ con el caparazon relleno de paja, y una
serpiente boa de varios metros de lorgitud, cuyo vientre habia sido
atiborrado de hierbas por los disectores indigenas.
En la capital de la Argentina le hablaron de los grandes trabajos que
se realizaban junto al rio Negro, haciendo necesario el enganche de
numerosos jornaleros, y alla se fue con toda su coleccion de animales
empajados, saltando de la temperatura torrida del Paraguay y el Brasil
inferior al invierno rudo de la Patagonia.
A las pocas semanas murio de _delirium tremens_, por haber abierto un
credito demasiado amplio el dueno del boliche del Gallego; y como este
honrado industrial creia firmemente en el santo derecho de cobrar las
deudas y poseia ademas cierto instinto de la decoracion oportuna para
atraer a los parroquianos, se apropio los cuatro yacares y la boa,
adornando con ellos el techo de su tienda.
En realidad, Antonio Gonzalez, que era andaluz de nacimiento, aunque
lo apodaban todos el _Gallego_, no podia mirar sin cierta aprension
hereditaria el enorme reptil que, semejante a una maroma de barco,
pendia formando curvas de los cuchillos de la techumbre. Pero a los
ebrios mas consecuentes del establecimiento les placia beber debajo de
este adorno extraordinario, y un comerciante debe sacrificar sus
preocupaciones y sus miedos para mejor servicio del publico.
El ofidio de pellejo arrugado, cubierto de moscas, que formaban sobre
el un forro negro inquieto y rumoroso, se extendia por la mitad del
techo, de punta a punta, agitandose como si reviviese cada vez que se
abria la puerta y entraba un chorro de aire. Esta corriente
atmosferica hacia caer a veces en los vasos de los parroquianos moscas
secas procedentes del verano anterior, escamas de pellejo del culebron
y un polvillo sutil, mezcla de su relleno vegetal y del arsenico
empleado por sus preparadores para impedir que se pudriese. En los
angulos del techo se balanceaban, pendientes de cuerdas, los cuatro
cocodrilos, negros y rugosos por el dorso, y mostrando al publico el
color amarillo de sus vientres y las plantas de sus patas.
Las gentes del pais, cuando pasaban por la Presa, creian necesario
detenerse a beber un vaso en el boliche para admirar tales n
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