eseaban
revivir; banderas de naciones que no habian existido nunca y pugnaban
por nacer. No quedaba un trabajador en esta "tierra de todos" que no
tuviese un trapo patriotico en el boliche. Antonio Gonzalez habia
conocido antes que las cancillerias de Europa las banderas que anos
despues iban a ser consagradas por los trastornos de la gran guerra.
Todas las admitia: desde la de Irlanda libre a la de la Republica
sionista que debia establecerse en Jerusalen. Solamente se habia
disputado una vez con ciertos compatriotas, procedentes de Barcelona,
que pretendian imponerle la bandera catalana.
--Yo la admito--dijo con solemnidad diplomatica--. Lo unico que
discuto es sus dimensiones.
Y acabo por aceptarla en su "museo banderistico", como el decia, pero
exigiendo que su tamano no pasase de la cuarta parte de la bandera
espanola.
En dias de fiesta patriotica, ayudado por Friterini, procedia al
embanderamiento de la techumbre, dando explicaciones al comisario,
unico representante de la autoridad. Se expresaba como un jefe de
protocolo llamado a consulta por el presidente del gobierno.
--Usted, don Roque, conoce muchas cosas; pero en esto de las banderas
yo se mejor con que bueyes aro. Primeramente hay que colocar la
bandera argentina, mas alta que todas. Luego, a su derecha, la de
Espana. iQue nadie me lo discuta! En esta tierra, despues de los
argentinos, somos nosotros. Ya sabe usted... Isabel la Catolica...
Solis... don Pedro de Mendoza... don Juan de Garay...
Iba lanzando nombres de navegantes y descubridores, a su capricho,
mientras examinaba desde abajo el metodo con que el camarero italiano
colocaba las banderas.
?Ya estaba puesta la de la Argentina, y a su derecha, bien clavada, la
de Espana?... iMuy bien!...
--Ahora, Friterini, _mio caro_, ve colocando banderas a tu gusto... ia
lo que salga! pues todos somos iguales, y esta es "la tierra de
todos", como dice don Manuel.
En verano las moscas invadian en proporciones inauditas el interior
algo lobrego del boliche, huyendo de la atmosfera ardorosa de una
tierra siempre sedienta. De noche, la luz rojiza de los quinques
mantenia en agresivo insomnio a estas nubes de insectos. Eran moscas
lentas, tenaces, de una torpeza pegajosa. Caian en los platos y en los
vasos, nadaban en las salsas y las bebidas alcoholicas. Al abrirse las
bocas, se metian inmediatamente en sus cavidades; cosquilleaban las
orejas, se introducian por los orificios de las narices. Toda
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