colonizacion. Eran personajes de vida
novelesca, nacidos en palacios reales, y que, a semejanza de muchos
santos que abandonaron la casa rica de sus padres para sufrir
privaciones, renunciaban a todas las comodidades de su origen,
despojandose de su nombre para ser un vagabundo mas y conocer el
aspero placer de la libertad salvaje. El nombre de Juan Ort lo
repetian familiarmente los habitantes mas antiguos del territorio.
Habia leido el Gallego su historia en libros y periodicos. Este Juan
Ort era un archiduque de Austria que abandonaba su alto grado en la
marina de guerra y sus honores en la corte, bajo la influencia de una
misantropia poetica y vagabunda, hereditaria en su familia. Luego de
renunciar al titulo de archiduque, para llamarse simplemente Juan Ort,
corria los mares en un lujoso yate, acompanado de hermosas mujeres y
de musicos.
Un dia circulaba la noticia de que el buque se habia perdido, con
todos sus tripulantes, en el cabo de Hornos, al pasar de una costa a
otra de la America del Sur. Pero Juan Ort no habia muerto; este
naufragio fingido o real iba a servirle para descender aun mas a
traves de las capas sociales, conviviendo con los que estaban en lo
mas hondo.
--Yo lo conoci--decia otro viejo de la Presa--. Era ni mas ni menos
que vos o que yo: un hombre como todos los que llegan con su lingera
al hombro en busca de trabajo. Este gringo, alto y rubio, siempre
estaba serio y bebia sin companeros. A nadie dijo que se llamaba Juan
Ort, pero todos lo sabiamos. Ademas, llevaba en su lingera un vaso de
plata con unos escudos de su familia real, y le gustaba beber en el a
solas en su ranchito, porque era el vaso de cuando iba a la escuela.
De pronto este vagabundo habia desaparecido. Algunos lo supusieron
oculto en los peores barrios de Buenos Aires; otros aseguraban haberlo
encontrado de fotografo en Paysandu. Nadie sabia donde habia muerto.
--iMacanas!--decian los incredulos al escuchar tales relatos--. Todos
los gringos que vienen por aca y no quieren trabajar la echan de Juan
Ort, para que les admiren los zonzos.
Antonio Gonzalez, lector incansable de novelas en varios tomos, creia
en Juan Ort y otros personajes igualmente interesantes que venian a
acabar su existencia en una tierra donde a nadie le preguntan su
pasado. Mientras los parroquianos no se escapasen sin pagar, el
Gallego estaba dispuesto a reconocerles una historia maravillosa,
viendo en todos ellos a un hijo o sobrino de emperado
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