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ultimas palabras. --Va usted a gastar toditos sus miles de pesos--continuo Moreno--, y hasta puede ocurrir que al final falte algo de plata; pero tendra usted su parque... Es verdad que el tal parque no le producira nuevos gastos, pues al dia siguiente de la fiesta los arboles tal vez esten secos y muertos. Y el oficinista rio de la inutilidad de un gasto tan enorme, admirando y compadeciendo a la vez al ingeniero. Mientras tanto, Elena y Watson marchaban lentamente a caballo por la orilla del rio. Ella mantenia cogida una mano de el, hablandole afectuosamente, con una expresion maternal. --Veo, Ricardo, por lo que me cuenta, que Robledo lo dirige todo y usted es a modo de un empleado suyo... No debia mezclarme en sus asuntos, pero todo lo que se refiere a usted ime inspira tanto interes!... Yo no digo que el espanol cometa indelicadezas al repartir las ganancias del negocio; eso no. Robledo es hombre correcto, pero abusa un poco de la condicion de tener mas anos. Debe emanciparse usted de esa tutela, o no hara el camino que le corresponde hacer por si mismo, sin necesidad de tutores. Ricardo habia defendido la persona de su asociado desde las primeras insinuaciones; pero acabo por acoger, pensativo y cenudo, sin una palabra de protesta, el ultimo consejo de Elena. Mientras los dos conversaban, balanceandose ligeramente con el paso lento de sus caballos, un jinete aparecio y se oculto repetidas veces en el fondo del paisaje, pasando de la orilla del rio a las dunas de arena que las inundaciones habian dejado tierra adentro. Este jinete que se aproximaba o se alejaba en un galope caprichoso era Celinda Rojas. Elena fue la primera en darse cuenta de sus evoluciones, y sonrio malignamente. --Creo que alguien le busca--dijo a Ricardo. Este miro hacia donde ella senalaba, y al reconocer a la amazona, no pudo disimular cierta turbacion. --Es la senorita de Rojas--contesto, ruborizandose ligeramente--; una nina todavia, con la que tengo alguna amistad. Es como una hermana menor; mejor dicho, un companero. No vaya usted a imaginarse... La Torrebianca sonreia ironicamente, como si no creyese en sus protestas, y acabo por decir, con una frialdad que apeno al joven: --Vaya usted a saludarla, para que no nos moleste mas con su vigilancia, y venga luego a juntarse conmigo. Despues de estas palabras, dichas con el tono de una orden, hizo trotar a su caballo tierra adentro, por entre los asperos matorrale
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