er que decirse, cuando aparecio
Robledo. Debia estar rondando desde mucho antes por las inmediaciones
de la casa para adquirir noticias. Al reconocer a Canterac le miro con
una expresion interrogante.
--?Y el otro?...
Inclino la cabeza Canterac y el marques hizo un gesto doloroso que
revelo a Robledo todo lo ocurrido.
Permanecieron los tres en silencio. Luego el frances dijo en voz baja:
--Mi carrera perdida; mi familia abandonada... iY lo mas horrible es
que no siento odio alguno al pensar en ese infeliz!... ?Que sera de
mi?
Robledo era el unico de los tres capaz de una resolucion energica en
aquel momento.
--Lo primero es huir, Canterac. Este asunto hara mucho ruido, y no
puede taparse como una rina de boliche. Pase los Andes cuanto antes;
al otro lado esta Chile, y alli puede usted esperar... En el mundo
todo se arregla, bien o mal; pero todo se arregla.
El frances hablo con desaliento. No tenia dinero; lo habia gastado
todo en aquella fiesta, que ahora le parecia un disparate. ?Como vivir
en Chile, donde no conocia a nadie?...
Le tomo un brazo el espanol para tirar de el afectuosamente,
llevandoselo de alli.
--Lo primero es huir--dijo otra vez--. Yo le dare los medios de
hacerlo. Vamonos.
Canterac se resistia a obedecerle, mirando al mismo tiempo a
Torrebianca.
--Quisiera antes de irme--murmuro--decir adios a la marquesa.
Fue tan suplicante el tono con que hizo esta peticion, que provoco en
Robledo una sonrisa de lastima. Luego le fue empujando con una
superioridad paternal.
--No perdamos tiempo--dijo--. Preocupese de usted nada mas. La
marquesa tiene otras cosas en que pensar.
Y se lo llevo a su casa.
Durante todo el dia el suceso mantuvo en continuo bullicio a los
habitantes del pueblo. Muchos lo aprovecharon como un motivo para
abandonar el trabajo. En la calle central se formaron numerosos grupos
de hombres y mujeres, hablando acaloradamente, al mismo tiempo que
miraban con hostilidad la casa que habia sido de Pirovani. Los nombres
de Torrebianca y su mujer sonaban tanto como los de los adversarios
que se habian batido.
Entre las gentes del pueblo pasaron algunos gauchos amigos de Manos
Duras, como si el reciente suceso hubiese extinguido completamente la
hostilidad que existia entre ellos y los habitantes de la Presa.
A media tarde atraveso la calle central el mismo Manos Duras, mirando
con interes hacia la casa. Algunas mestizas le hablaron, manifestando
su indignacion
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