diendo con un tono de sinceridad, como si revelase
sus pensamientos mas intimos:
--Siempre me intereso usted por su modestia: una modestia disimuladora
de grandes condiciones, que usted mismo no sospecha. A mi me gustan
los hombres buenos y sin orgullo. Muchas veces, cuando estaba sola,
entretenia en pensar lo que podria haber hecho un hombre como usted,
viviendo en Europa y trabajando bajo la direccion de una mujer que le
inspirase nobles ambiciones.
Permanecio Moreno silencioso, mirandola con cierto asombro, como si la
admirase mas despues de sus ultimas palabras. Aquella mujer pensaba
las mismas cosas que a el se le habian ocurrido numerosas veces, pero
sin atreverse a creer en ellas.
Elena anadio, desalentada:
-Pero ya es tarde: ?para que hablar de eso? Usted tiene una familia.
Yo soy una mujer sin ilusiones ni esperanzas, que se ve sola y pobre,
e ignora como terminara su existencia.
El oficinista seguia pensativo, con las cejas fruncidas, como si
estuviese contemplando interiormente un espectaculo molesto para el.
Veia una casita cerca de Buenos Aires, y en sus habitaciones, pobres y
limpias, una mujer y varios ninos. Pero esta vision no tardo en
esfumarse, recobrando Moreno el mismo aire de seguridad autoritaria y
vanidosa con que se habia presentado al hacer su visita.
--Yo tambien--dijo--pienso ahora mas que antes. Anoche no pude dormir,
y por eso me he levantado tarde, sin tiempo para ir a ver que es lo
que ha pasado en la estancia de Rojas... Y anoche precisamente se me
ocurrio que tal vez sera conveniente que yo vaya a Europa para velar
por la hija de Pirovani y administrar sus bienes mejor que si me quedo
en Buenos Aires. iQuien sabe si llegare a aumentar muchisimo esa
fortuna, dedicandome a los negocios! Yo no creo poseer las condiciones
que usted me supone, senora marquesa; pero en fin, soy hombre de
numeros, hombre de orden, y tal vez podre hacer buenos negocios, lo
mismo que los hacen otros... ?Como no?
Hubo un largo silencio, y el oficinista, que se mostraba inquieto por
lo que iba a decir, balbuceo al fin timidamente:
--Usted podria venir conmigo a Europa... para aconsejarme. Yo, por mas
inteligente que usted me crea, solo puedo ser alla un ignorante.
Elena hizo un movimiento de sorpresa y luego repelio altivamente la
proposicion.
--No acepto. iQue locura!... iQue fardo iba usted a echarse a cuestas,
amigo Moreno!... Olvida usted ademas que yo soy una mujer casada, una
senora, y
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