un
momento los estragos de la miseria y de los anos.
Al ver que Robledo se detenia un instante para examinarla mejor,
sonrio con alegre sinceridad. Era un buen encuentro; el mejor de la
tarde. Este senor tenia el aspecto de un extranjero rico que vaga
desorientado por un barrio excentrico al que no volvera nunca. Habia
que aprovechar la ocasion.
Mientras tanto, Robledo continuaba inmovil, mirandola con el ceno
fruncido por una rebusca mental.
"?Quien es esta mujer?... ?Donde diablos la he visto?"
Ella tambien se habia detenido, volviendo la cabeza para sonreir e
invitandole con el gesto a que la siguiera.
Se reflejaron en el rostro del ingeniero las alternativas de la
sorpresa y la duda.
"Pero ?sera?... iYo que la creia muerta hace anos!... No, no puede
ser. Como he pensado en ella esta tarde, me equivoco... Seria una
casualidad demasiado extraordinaria."
Siguio examinandola de lejos, creyendo reconocer el pasado en algunos
rasgos de aquella fisonomia ajada, y quedando indeciso ante otros que
le resultaban extranos. iPero los ojos!... iaquellos ojos!...
La mujer volvio a sonreir y a mover levemente la cabeza, repitiendo
sus mudas invitaciones. Impulsado por la curiosidad, hizo Robledo
involuntariamente un leve gesto de aceptacion y ella reanudo su
marcha. Pero solo dio algunos pasos, deteniendose ante la cancela de
un _bar_ de aspecto sordido, con tupidos visillos en los cristales.
Guino un ojo, y abriendo la mampara desaparecio en el interior del
sucio establecimiento.
Quedo indeciso el espanol. Le repugnaba ir a reunirse con aquella
mujer y al mismo tiempo se sentia arrastrado por su curiosidad.
Presintio que si se alejaba sin hablarla quedaria para siempre en una
incertidumbre torturante, lamentando el resto de su existencia no
haberse enterado de si Elena vivia aun o estaba muerta. El miedo a la
duda futura le impulso a la accion, haciendole abrir con cierta
violencia la puerta del _bar_.
Vio seis mesas, un divan de hule abullonado a lo largo de las paredes,
espejos borrosos, y un mostrador que tenia detras una anaqueleria con
botellas. El mostrador lo ocupaba una mujer algo vieja y de gordura
elefantiaca, con los ojos pintados de negro y la cara moteada de
granos y costras.
Recordando sus anos juveniles pasados en Paris, reconocio Robledo el
pequeno establecimiento frecuentado por mujeres que no disponen de
otra industria para vivir que el encontron carnal, pero desean
conservar cierta a
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