a que algunas
alusiones de los primitivos habitantes de la colonia despertaban otra
vez sus recuerdos.
Al descender los peldanos de la estacion vecina al Arco de Triunfo,
olvido completamente a su infeliz companero y su temible esposa. Se
sintio envuelto y empujado por la corriente humana que descendia a las
profundidades del Metro, y el tren subterraneo le llevo al otro lado
de Paris.
Paso mas de dos horas en la casa de su amigo el inventor--modesta
habitacion situada en una calle afluente a los bulevares exteriores--,
y al caer la tarde se vio marchando a pie por el bulevar Rochechuart,
hacia la plaza Pigalle.
En sus excursiones por Montmartre acompanando a sudamericanos ansiosos
de gozar las falsas y pueriles delicias de los restoranes nocturnos,
nunca habia ido mas alla de dicha plaza. Ademas, esta parte de Paris,
vista de noche, ofrece un espectaculo enganoso que contrasta con la
mediocridad de su fisonomia diurna.
El bulevar que el seguia estaba frecuentado por un publico de aspecto
ordinario y vulgar. El Montmartre de que hablaban con delicia los
forasteros, y cuyo nombre era repetido con admiracion por cierta
juventud del otro lado del Atlantico, empezaba a partir de la plaza
Pigalle. Este bulevar Rochechuart era como los territorios mixtos
inmediatos a una frontera, que carecen de fisonomia propia. Debian de
vagar en el los expelidos del Montmartre proximo por la necesidad de
un alojamiento mas barato, o las principiantas que aun no han logrado
ropas ni maneras convenientes para deslizarse en los grandes
restoranes nocturnos.
Segun se iba extinguiendo la tarde parecia aumentar el numero de
hembras enganosamente vestidas, que necesitan la luz incierta del
crepusculo para salir a la caza del hombre y del pan.
Robledo se cruzaba con ellas, fingiendose ciego ante sus violentas
ojeadas y sordo a las palabras susurrantes en honor de su apostara de
buen mozo.
"iPobres mujeres! Verse obligadas a decirme tan enorme mentira para
poder comer..."
De pronto, una de estas mujeres llamo su atencion. Era semejante a las
otras, y, lo mismo que ellas, le miraba atrevidamente, con ojos
provocadores. iPero estos ojos!... ?Donde habia visto el estos ojos?
Iba vestida con una elegancia miserable. Sus ropas, destenidas y
viejas, habian sido lujosas muchos anos antes; pero vistas a cierta
distancia, aun podian enganar a los distraidos. Ademas conservaba
cierta esbeltez, que, unida a su estatura, hacia olvidar por
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