pariencia independiente, y a las cuales sirve la
duena de consejera e intermediaria.
Un camarero de aire afeminado servia a las parroquianas. En este
momento eran dos. Una jovencita de rostro exanguee que se
transparentaba, como si fuese a dejar ver las oquedades y las aristas
de su craneo. Tosia convulsivamente, y entre tos y tos se llevaba a la
boca un cigarrillo. En otra mesa vio a una mujer avejentada y de
aspecto abyecto, que tal vez en su juventud habia sido hermosa.
Conservaba la misma esbeltez arrogante de la otra seguida por Robledo,
pero sus ropas y su rostro revelaban una miseria mayor. Bebia a lentos
sorbos el contenido de una gran copa y se retrepaba a continuacion en
el divan, cerrando los ojos como si estuviese ebria.
Al entrar el ingeniero se dio cuenta de que la mujer habia ido a
sentarse en el fondo del establecimiento, lejos del mostrador y de las
otras parroquianas. Su presencia produjo cierta emocion. La patrona le
acogio con una sonrisa repugnante por su excesiva obsequiosidad. La
muchachita tisica tuvo para el una mirada que creia de amor, y a
Robledo le parecio de mendiga que implora una limosna. La borracha, al
sonreirle, mostro que le faltaban varios dientes. Luego guino un ojo
con cinica invitacion, pero al ver que el hombre miraba a otra parte,
levanto los hombros y volvio a adormecerse.
Ocupo el recien llegado una mesa frente a la mujer que le habia
precedido, y pudo contemplarla mas detenidamente que en la calle. Casi
sonrio de lastima al darse cuenta del enorme engano que representaba
el tocado de aquella vagabunda.
Vista a cierta distancia, era una mujer pobremente vestida, pero con
cierta pretenciosidad que podia enganar a los hombres humildes o a los
imaginativos, dispuestos a creer en la elegancia de toda hembra que se
fije en ellos. Contemplada de cerca, resultaba grotesca. Su sombrero
de majestuosa halda tenia los bordes roidos y las plumas rotas. Vio
sus pies por debajo de la mesa, y como la falda se le habia subido al
sentarse, pudo contar los agujeros y los remiendos de sus medias. Uno
de sus zapatos mostraba la suela perforada por el uso, con un pequeno
redondel en el sitio correspondiente a los dedos. El rostro cargado de
colorete y de pasta blanca no conseguia ocultar las arrugas de la edad
y otras huellas de una vida trabajosa. iPero aquellos ojos!...
Robledo se sentia por momentos mas convencido de que era Elena. Los
dos se miraron fijamente. Despues ella pregunto p
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