acea de la fuerza. Pero los anos habian
pasado, disolviendo la orgullosa ilusion de la juventud que se
considera inmortal, y ahora el ave arrogante del infinito azul se veia
obligada a buscar su comida en los excrementos oceanicos amontonados
en la costa. Cuando el frio y la tiniebla la impelian hacia la luz,
sus alas moribundas chocaban con los vidrios guardadores del fuego.
Iba en busca de la ventana que refleja el rescoldo hospitalario del
hogar, y tropezaba con la lente del faro, dura e insensible como un
muro, acostumbrada a repeler la colera de las tempestades. Y en uno de
estos choques caeria con las alas rotas para siempre, y el mar de la
vida tragaria su cuerpo con la misma indiferencia que habia sorbido
antes a las numerosas victimas de ella.
Contemplo Robledo despues a sus amigos y se vio a si mismo en una
forma igualmente animal. Eran bueyes magnificamente alimentados,
tranquilos y buenos, como las reses que pastaban, hinchadas por la
abundancia, en los campos regados de su colonia. Tenian las firmes
virtudes del que ve su existencia asegurada, a cubierto de todo
riesgo, y no necesita hacer dano a los demas para vivir... Y asi
continuarian placidamente, sin violentas alegrias, pero tambien sin
dolores, hasta que llegase su hora ultima...
?Quien habia vivido mejor su existencia?... ?Era aquella mujer de
biografia fabulosa, incapaz de recordar exactamente su origen y sus
aventuras como si un cerebro humano no pudiera contener una historia
tan extensa como un mundo?... ?Eran ellos honrados rumiantes de la
felicidad, que ya habian hecho sobre la tierra cuanto debian hacer?...
No pudo seguir pensando. El camarero del _bar_ habia salido a la
calle, llamado por un hombre, y volvio con aire inquieto, diciendo a
la duena, algunas palabras en voz baja.
--iVolad, palomas mias!--grito la mujerona desde el mostrador,
dirigiendose a las dos parroquianas mas proximas.
Y explico que la policia estaba haciendo una _razzia_ de mujeres en el
barrio, y tal vez visitase su establecimiento. Un amigo fiel acababa
de traer el aviso.
La muchachita tisica arrojo el cigarro, escapando con un temblor
cerval, que aun hacia mas angustiosa su tos. La beoda abrio los ojos,
miro en torno y volvio a cerrarlos, murmurando:
--iQue vengan! En la comisaria se duerme lo mismo que aqui.
Elena se apresuro a huir. Tenia miedo; pero procuro marchar hacia la
puerta con cierta majestad, pensando que un hombre estaba a sus
espaldas. No
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