nos de una maquina que ha inventado
para arar la tierra.
Abandonaron los tres sus asientos y salieron del _hall_. Fuera del
hotel, el matrimonio monto en un automovil elegante. El espanol
prefirio marchar a pie hasta la plaza de la Estrella, donde tomaria
simplemente el Metro.
Era una tarde primaveral, de aire suave y cielo dorado. Robledo
marchaba con una vivacidad juvenil. La imagen de su infeliz camarada
Torrebianca paso de pronto por su memoria. Esto no era extraordinario.
Desde su regreso a Europa, le asaltaba con frecuencia el recuerdo de
Federico y de su mujer, por la razon de haber vivido con ellos durante
su ultima permanencia en Paris y haber emprendido juntos de aqui el
viaje a America. Ademas, este ingeniero pobre que iba a visitar
evocaba en su memoria al otro companero de estudios.
En los doce anos ultimos, pasados junto al rio Negro, la imagen de los
Torrebianca se habia mantenido fresca en su memoria. Una vida de
monotono trabajo, poco abundante en novedades, conserva vivas las
impresiones, pues estas no reciben la superposicion de otras que las
borren.
Muchas veces, en sus largas horas de reflexiva soledad, se preguntaba
cual habria sido el final de Elena.
Su mala influencia persistio demasiado en aquel rincon del mundo para
que la olvidasen facilmente. Hasta los habitantes mas antiguos de la
Presa que permanecieron fieles al terruno, negandose a abandonar el
pueblo arruinado, habian transmitido a los nuevos vecinos de Colonia
Celinda la tradicion de una mujer venida del otro lado del mar,
hermosa y de poder fatidico, originadora de ruinas y muertes.
Los que no alcanzaron a conocerla se la imaginaban como una especie de
bruja, apodandola "Cara Pintada" y atribuyendole toda clase de
maldades prodigiosas. Hasta afirmaban que surgia a veces en los
lugares mas solitarios del rio, como un fantasma hermoso y fatal,
peinandose los rubios cabellos o pintandose el rostro; y esta
aparicion era terrible para los que la veian, pues significaba un
anuncio de proxima muerte.
Robledo, en sus visitas a Buenos Aires, intento averiguar algo de
aquel Moreno que habia huido con Elena; pero nunca obtuvo noticias
precisas. Los dos habian caido en Europa como en un mar que se
cerrase sobre sus cabezas, ocultandolos para siempre.
"Debe haber muerto--acababa diciendose el espanol--. Indudablemente ha
muerto. Una mujer de su especie no podia vivir mucho."
Y durante unos meses dejaba de pensar en ella, hast
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