El lazo habia aprisionado, efectivamente, el grupo que formaban Manos
Duras y Celinda, arrollandose en torno a sus cuerpos. Luego los dos
cayeron de espaldas bajo el rudo tiron.
Ceso el gaucho de retener a Celinda para valerse de las dos manos, y
estando todavia en el suelo extrajo su cuchillo del cinto, partiendo
la cuerda que le sujetaba. Watson, que habia adivinado esta intencion,
corrio hacia Manos Duras, dandole varios golpes en la cabeza y en el
rostro con la culata de su revolver. Pero Rojas llego tambien en unos
cuantos saltos junto al grupo derribado.
--iDejamelo, gringo!--ordeno con voz entrecortada--. A este nadie debe
matarlo mas que yo... iMe corresponde!
Hizo retroceder con un empellon a Watson, y este solo se preocupo de
Celinda, levantandola del suelo y llevandosela al otro lado de los
matorrales mas proximos. La joven, aturdida aun por su caida, se paso
las manos por los ojos, sin reconocer al norteamericano. Tenia varias
desolladuras en los brazos y en el rostro que manaban sangre. Mientras
tanto, don Carlos casi ayudaba a incorporarse a Manos Duras.
--iLevantate, hijo de... para que no digas que te mato sin defensa!
Saca tu facon y pelea.
El cuchillo lo tenia ya en la mano el gaucho, pero Rojas no lo habia
visto, turbado por el goce feroz de encontrar finalmente a ese hombre
al alcance de su diestra.
Apenas el bandido estuvo de pie, le tiro a traicion una cuchillada al
vientre, pero aturdido aun por los golpes que le habia dado Watson, su
ataque fue lento, lo que permitio al estanciero pararla con un reves
de su mano izquierda. El, por su parte, le asesto un golpe en el
pecho, luego otro, y menudeo sus cuchilladas con tal celeridad, que
hizo derrumbarse a Manos Duras arrojando sangre por numerosos
desgarrones de su cuerpo.
--iYa esta muerto el puma!
Esto lo grito don Carlos agitando sobre su cabeza el arma enrojecida,
mientras el bandolero daba vueltas junto a sus pies, apoyandose en un
costado y en otro, entre ronquidos de agonizante.
Watson habia ido llevandose a Celinda mas lejos, para que no
presenciase esta lucha, pero al mismo tiempo procuraba no perder de
vista al estanciero, por si le era necesario su auxilio.
Al juntarse los dos hombres, condujeron a la joven hasta el lugar
donde el ingeniero habia dejado su caballo. No querian que Celinda
viese al agonizante. Ella, conmovida por tantas emociones, los miraba
con unas pupilas dilatadas e inciertas, como si no los reconoci
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