--dijo Robledo, fingiendo una gran
satisfaccion al verse libre de el.
Celinda sonrio agradecida. El espanol habia concentrado en Carlitos
toda la necesidad de amar que sienten los celibes en los linderos de
la vejez. Era muy rico y su fortuna iria ampliandose todavia mas con
el transcurso de los anos, segun fueran sometidas al cultivo las
tierras recientemente irrigadas. Si alguna vez le hablaban de sus
millones, miraba al hijo de Celinda, apodandolo "mi principe
heredero".
Pensaba legar una parte de su fortuna a ciertos sobrinos que tenia en
Espana y a los que apenas habia visto; pero lo mas considerable de su
riqueza seria para Carlitos. Amaba tambien a los otros hijos de
Watson; pero el primogenito habia nacido en la epoca de amarguras e
indecisiones, cuando todavia estaba en peligro su obra, y esto hacia
que le considerase con la predileccion que merece un companero de los
malos tiempos.
--?Que va a hacer usted esta tarde?--pregunto Robledo a Celinda--.
Seguramente lo mismo de las otras tardes: visita general a los grandes
modistos de la _rue de la Paix_ y calles adyacentes.
Ella aprobo con un movimiento de cabeza este programa, mientras Watson
reia.
--?Cuando se cansara usted de comprar vestidos?--continuo el
espanol--. ?No tiene miedo de que su equipaje no quepa en el
trasatlantico, cuando regresemos a Buenos Aires?...
Se excuso Celinda, pensando otra vez en el lejano pais.
--Debo hacer mis compras previsoramente. Piense que alla en nuestra
colonia no hay nada de lo que se encuentra aqui con tanta facilidad.
Somos unos millonarios del desierto que vivimos todavia en la primera
semana de la creacion de un mundo. Como quien dice unos millonarios...
salvajes.
Los tres rieron de este titulo y luego quedaron pensativos. Sus ojos
dejaron de ver el _hall_ donde se encontraban y la elegante
concurrencia de las mesas inmediatas. Contemplaron con una vision
interior el antiguo campamento de la Presa, que ahora se llamaba
"Colonia Celinda", y los campos regados, fertiles y alegres, propiedad
de los dos ingenieros, con arboles todavia no muy altos, pues los mas
antiguos solo contaban nueve anos de existencia. Vieron tambien la
gran plaza de la colonia con sus edificios nuevos, y en ella a don
Carlos Rojas, que parecia haberse empequenecido con la edad,
ofreciendo su rostro un perfil cada vez mas aquilino y enjuto. Tenia
el gesto autoritario y bondadoso de los antiguos patriarcas, al
escuchar a hombres y mu
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