o a una isla
fangosa rodeada de canaverales, con la esperanza de apoderarse de
algunas truchas procedentes del lejano lago de Nahuel Huapi. Entre las
canas de la orilla habian visto dos objetos largos y negros que se
balanceaban mecidos por la corriente: las piernas de Torrebianca.
Robledo no habia tenido valor para ver el cadaver. Despues de un mes
de permanencia en el rio, era una masa gelatinosa que parecia vibrar
por el rebullicio de la fauna surgida de sus carnes. Fue su
compatriota Gonzalez quien, abandonando el mostrador del almacen, se
encargo de todo lo necesario para dar sepultura a estos restos.
--Usted lo que debe hacer es irse a Buenos Aires--repetia el
almacenero--. Don Ricardo y yo le sustituiremos aqui. En la capital
trabajara usted por nosotros mas que si se queda en la Presa.
Al fin Robledo reconocio la pertinencia de estos consejos, marchandose
a Buenos Aires. Varios meses anduvo por los ministerios, solicitando
que se reanudasen las obras y luchando con las rutinas tecnicas y
administrativas.
Tambien tuvo que esforzarse por mantener su credito en los Bancos. Los
mismos que protegian antes su empresa dudaban ahora francamente del
exito, resistiendose a proporcionarle mas dinero para su continuacion.
Un ambiente de escepticismo y descredito iba esparciendose en torno a
todo lo que era de la Presa.
Llego el invierno sin que Robledo hubiese podido salir de Buenos
Aires. Algunas veces, con repentino optimismo, esperaba conseguir al
dia siguiente la realizacion de sus deseos. Pero al otro dia le
contestaban: "Vuelva usted manana"; y este "manana" iba convirtiendose
en una palabra fatidica, simbolo de algo vago que nunca llegaria a ser
realidad.
Los periodicos le anunciaron una noche la inquietud de las poblaciones
riberenas del rio Negro. Los afluentes empezaban a aumentar su caudal
con una prodigalidad inquietante. Llegaba la crecida que el venia
anunciando desde meses antes en los ministerios para conseguir que se
continuasen las obras si aun era tiempo.
Recibio luego un telegrama de los mismos que le habian aconsejado la
marcha a Buenos Aires. Le pedian que volviese, como si su presencia,
siendo milagrosa, pudiera sujetar las fuerzas naturales.
Entro en la Presa con un frio glacial. Volvio a enfundarse en un gaban
de chofer con los pelos afuera que habia usado siempre en los dias
rudos del invierno.
La poblacion estaba casi desierta. Las casas de madera, que eran las
mas fuertes, te
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