Ademas, el pozo del rancho, que proporcionaba un agua
relativamente dulce, no ofrecia ya mas que sal liquida. Los hombres
habian huido, arruinandose con rapidez las construcciones de adobes.
Unicamente los vagabundos buscaban el abrigo de sus techos rotos.
Watson sintio cierto asombro al poder avanzar a gatas entre el ramaje
de la colina arenosa sin que el ladrido de ningun perro avisase su
presencia. Esto le hizo temer que Cachafaz se hubiera equivocado en
sus deducciones y el rancho estuviese desierto. Pero el pequeno
mestizo, que avanzaba delante de el, se detuvo entre dos matorrales y
luego volvio el rostro, haciendo un gesto para que se aproximase.
Metio su cabeza igualmente entre las ramas, y pudo ver, veinte metros
mas abajo, una explanada arenosa, en el centro de la cual estaban las
ruinas del rancho. Dos caballos iban de un lado a otro con paso tardo,
buscando las hierbas ralas para mascarlas, y un hombre estaba sentado
en el suelo teniendo un rifle sobre las rodillas.
Cachafaz le hablo al oido tenuemente.
--Es uno de los que se llevaron a la patroncita.
Por mas que miro Watson estirando su cuello, no pudo ver a otra
persona. Retrocedio a rastras, abandonando su observatorio, y al
llegar al pie de la colina saco de un bolsillo un lapiz y una carta
olvidada, de la que arranco una hoja. Cachafaz le miro mientras
escribia, con sus ojos de animalejo astuto, como si adivinase lo que
iba a encargarle.
Le entrego Ricardo el papel, senalando a continuacion el lugar donde
habia dejado su caballo.
--Corre al pueblo y da esta carta al senor Robledo el ingeniero, o al
comisario... Al primero que encuentres.
Quiso anadir nuevas explicaciones, pero el duende cobrizo ya no podia
escucharlas. Se habia lanzado cuesta abajo, y poco despues saltaba
sobre el caballo, desapareciendo al galope.
Volvio otra vez Ricardo a subir la ladera arenosa para observar lo que
pasaba en el rancho. Ahora vio a dos hombres: el mismo de antes, que
continuaba sentado en el suelo con su carabina sobre las rodillas, y
frente a el, de pie y sin otras armas que las del cinto, un gaucho al
que reconocio inmediatamente, pues era Manos Duras. Hablaban los dos,
pero no pudo oir sus palabras por ser grande la distancia que le
separaba de ellos. Esto hacia inutil su observacion por el momento.
Tampoco pudo pensar en atacarlos, ni aun valiendose de la sorpresa.
Solo eran dos los enemigos que tenia a la vista, pero indudablemente
los otros d
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