barbaro resultaba temible a campo
raso; pero con tener ella bien cerradas las ventanas y puertas de la
casa, se libraria de su presencia.
Ya no penso en el gaucho, mas no por esto desaparecio de su memoria el
recuerdo de la noche anterior. Algo habia sucedido al romper el dia,
cuando empezaban a marcarse luminosamente las rendijas de su ventana;
y esto lo habia percibido confusamente, como todo lo que pasa cuando
los ojos se resisten a abrirse y el pensamiento vacila entre el sueno
y la vigilia.
Completamente despierta y considerando ahora lo ocurrido a varias
horas de distancia, empezo a convencerse de que alguien habia estado
junto a su ventana al amanecer. Recordo un ruido sofocado de pasos en
la galeria exterior y el leve crujido de la madera de la pared bajo el
peso de un cuerpo apoyado en ella. Hasta podria jurar que habia
escuchado algo semejante a suspiros de dolor, a un jadeo de
desesperacion. Y su instinto le avisaba que aquel ser misterioso que
habia vivido unos momentos cerca de ella, al otro lado del muro de
tablas, no era otro que su esposo.
Dos veces fue ahora a la ventana, abriendola para ver su exterior y su
interior, con la esperanza de encontrar un papel o cualquier otro
indicio del invisible visitante, llegado con el alba y desaparecido al
salir el sol.
"Es Federico--volvio a decirse--; no puede ser otro... Robledo debe
saber donde esta. iComo deseo que vuelva al pueblo para hablarle!..."
Poco despues de mediodia, cuando ella fumaba su vigesimo cigarrillo,
llamaron a la puerta. Transcurrio algun tiempo y volvieron a repetirse
los golpes. Elena adivino que, por estar ausente Sebastiana, las dos
chinitas habian abandonado la casa despues de servir la comida,
vagando por el pueblo en busca de noticias.
Fue a abrir ella misma y se sorprendio reconociendo al visitante. Era
Moreno. Su presencia nada tenia de extraordinaria, y sin embargo no
pudo contener Elena un gesto de asombro; tan olvidado le tenia. En las
ultimas horas otros hombres habian ocupado por completo su memoria.
Ruborizandose de su olvido le invito a entrar con exagerada
amabilidad. Su buena suerte le enviaba a este tonto para que la
entretuviese con su conversacion durante una tarde larguisima, que sin
esta visita hubiese resultado de monotona soledad.
Al entrar en el salon, Moreno acaricio los muebles con una mirada
dulce y protectora, como si le perteneciesen. Luego ocupo el sillon
que le ofrecia ella, haciendo alarde de
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