habia aranado, le
habia mordido, repeliendole al mismo tiempo con sus pies. El gaucho
tenia en el rostro y en las manos varios rasgunos que goteaban sangre,
pero tal era su excitacion que no parecia darse cuenta de ellos.
Al ver a su camarada se esforzo por serenarse, hablando con una
alegria feroz.
--Lo que yo te dije, hermano; empieza uno por juego y acaba
interesandose. No se puede estar en paz al lado de una buena moza.
Pero callo al notar que Piola le miraba como reconviniendole.
--Vos ahi de farra, como un muchacho, mientras afuera pasa lo que
pasa.
Le invito a salir con un gesto, y mas alla de la puerta continuo,
bajando la voz:
--Ahi tenes al viejito de la estancia con un gringo de los que
trabajan en las obras del rio. ?Que hacemos?...
Manos Duras, a pesar de su cinismo, quedo sorprendido al saber que don
Carlos estaba al otro lado de la esquina de adobes. ?Como se habia
presentado tan pronto?... ?Quien habia podido revelarle la presencia
de su hija en este rancho lejano? Pero su ferocidad y el recuerdo de
la ofensa inferida por Rojas le inspiraron una solucion.
--Lo mejor sera matarlo.
--?Y al gringo tambien?--pregunto Piola con ironia--. Vos encontras
facilmente el remedio a todo.
Se mostraba inquieto el cordillerano, como si su instinto le hiciese
presentir la proximidad del peligro. Ya no creia que aquellos dos
hombres hubiesen llegado solos. Otros indudablemente iban a venir,
para darles ayuda. Lo que Manos Duras debia hacer--si es que
verdaderamente necesitaba seguir este mal negocio del robo de la
senorita--era montar en su "flete" sin perdida de tiempo y llevarse la
buena moza a cierto lugar en las orillas del rio Limay, donde se
habian dado cita para el dia siguiente. Debia desistir de su vuelta al
pueblo aquella noche. Era oportuno cambiar ahora el orden de la
marcha. Mientras el se alejaba llevandose a la muchacha, ellos se
quedarian alli con la tropilla. Piola se encargaba de convencer al
viejo de la falsedad de sus sospechas. Y si llegaban otros hombres del
cercano pueblo, se convencerian tambien--viendolos sin ninguna mujer y
sin Manos Duras--de que eran unos viajeros pacificos que habian hecho
alto en aquel lugar.
El gaucho le escucho con impaciencia. Le habia tomado gusto a esta
aventura y no admitia modificaciones en ella. Deseaba conservar a
Celinda, y al mismo tiempo no queria renunciar a su vuelta al pueblo,
asi que cerrase la noche, para hacer aquel cobro del que
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