o. Monto en el don
Carlos despues de examinar si su revolver salia facilmente de la
funda. Watson marcho a pie, apoyandose en una pierna de Rojas, y de
este modo avanzaron los dos francamente hacia el rancho.
Cuando llegaron a el, siguiendo a los tres perros, que retrocedian sin
dejar de mostrarles sus colmillos y ladrando furiosos, vieron a los
dos cordilleranos todavia a caballo, y a Piola, con su carabina
apoyada en el pecho, pronto a hacer fuego. Don Carlos se dirigio a el
como si fuese el jefe.
--?Donde esta mi hija?--pregunto impetuosamente.
Le escucho el gaucho andino con rostro impasible, como si no le
comprendiese.
--Nada de palabras inutiles--continuo el estanciero--. Si lo que
quereis es plata, hablemos, y puede que nos entendamos.
Piola permanecio silencioso. Mientras tanto, obedeciendo tal vez a una
sena de el, los dos hombres montados se alejaron, examinando el
horizonte. Solo volvio uno de ellos, y al echar pie a tierra dijo
algunas palabras en voz baja. No se veia a nadie en los alrededores.
Los perros seguian ladrando, yendo inquietos de un lado a otro, pero
esta alarma no debia ser mas que una continuacion de la anterior.
Aquellos dos hombres indudablemente habian llegado solos.
Rojas hizo nuevos ofrecimientos, al mismo tiempo que se esforzaba por
contener su indignacion, dando a su voz una exagerada melosidad.
--No se de que me habla, senor--contesto al fin Piola--. Se equivoca
usted. Nunca he visto a esa senorita.
--?Acaso ustedes no son amigos de Manos Duras?
Mientras hablaban los dos, Ricardo, alejandose un poco de ellos,
intento dar vuelta al rancho para llegar a su puerta; pero el otro
cordillerano, adivinando su intencion, se coloco ante el, levantando
la carabina como si fuese a apuntarle. Al fin, Piola, sin contestar a
Rojas nada concreto, le volvio la espalda, dirigiendose hacia la
esquina de la ruinosa construccion y desaparecio detras de ella.
Fue a seguirlo el estanciero, y tropezo con el mismo hombre que habia
contenido a Watson. Ahora apuntaba francamente su rifle contra los
dos, para que no pasasen adelante, y tuvieron que mantenerse
inmoviles, dudando entre obedecer a la amenaza o arrojarse sobre aquel
bandido.
De un puntapie aparto Piola las maderas mal unidas que cerraban la
entrada del rancho. La presencia del cordillerano hizo que Manos Duras
abandonase su lucha con Celinda. Esta, con las manos atadas, se
defendia de la agresividad carnal de su raptor. Le
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