ordinario, se animaron de pronto al distinguir un pequeno jinete
que iba agrandandose en el avance de su galope continuo. Minutos
despues pudo reconocerlo con facilidad, por haberle visto aquella
misma manana. Era don Carlos Rojas.
Aunque venia hacia el, considero prudente salir a su encuentro y echo
a correr con toda la velocidad que le permitia el suelo arenisco
surcado por las raices de los matorrales, que el viento habia dejado
descubiertas, y en las que se enredaban sus pies, haciendole dar
violentos tropezones.
Viendole surgir a un lado del camino, don Carlos encabrito su caballo,
sacando al mismo tiempo el revolver del cinto. Despues, al
reconocerlo, echo pie a tierra.
No llegaba a explicarse Watson esta aparicion del estanciero, pues el
habia dirigido su aviso a los amigos de la Presa. Ademas, le veia
llegar solo.
--?Donde estan los otros?--pregunto--.?Ha visto usted a Robledo?
La respuesta de don Carlos fue evasiva.
El ingeniero y el comisario tal vez vendrian detras de el o tal vez
tardasen horas.
--Yo no he querido aguardarlos. Son algo... cachazudos; a saber cuando
llegaran. Me falto paciencia y aqui estoy.
Luego fue explicando como en mitad de su camino, cuando iba
directamente hacia el rancho de Manos Duras, sin pasar por su
estancia, vio venir hacia el un jinete que galopaba a rienda suelta.
Saco el revolver para detenerle, pero no hizo uso del arma al fijarse
en su aspecto.
--Era como una mona sobre un caballo, y reconoci en esta mona a
Cachafaz. Me conto que usted estaba aqui, me enseno su papel, y yo le
dije que avisase a los que vienen detras para que no pierdan tiempo
pasando por mi estancia y que el les sirva de baquiano, trayendolos
directamente... ?Que es lo que ocurre?
Marcharon los dos entre matorrales, siguiendo las huellas que habia
dejado Watson al salirle al encuentro. Rojas llevaba su caballo de las
riendas, y lo dejo en el mismo sitio donde Ricardo habia dejado antes
el suyo. Luego subieron de rodillas y apoyandose en las manos la
pendiente arenosa desde cuyo filo podian observar el rancho de la
India Muerta.
Al asomarse entre el ramaje, vieron a Piola sentado en el suelo, lo
mismo que antes, pero solo, pues Manos Duras habia desaparecido.
Este hombre fumaba, mirando en torno inquietamente, como si sus
sentidos, aguzados por la vida aventurera en el desierto, le avisasen
la cercania oculta del enemigo.
De vez en cuando estiraba el cuello, mirando a lo lejos c
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