para el amigo Cachafaz, hijo del desierto,
"ahorita mismo" significaba una hora, dos o tal vez tres, y "ahi
cerquita" algo asi como un par de leguas. Pero necesitaba ver a
Celinda, estaba resuelto a buscarla, y empezo a galopar por el campo,
confiandose a su buena suerte.
Lo que el pequeno mestizo no quiso decir era que la patroncita estaba
enferma, segun opinion de su madre, india vieja que habia venido a
reemplazar a Sebastiana como primera criada de la estancia, pero sin
tener su buen humor ni su garbo para el trabajo. Iba a todas horas con
un cigarro paraguayo en un extremo de sus labios azulencos y
chorreantes de nicotina, y cuando don Carlos no estaba presente,
empleaba para tomar mate su misma calabacita de finas labores y su
bombilla de plata.
Las gentes de la estancia miraban con un respeto supersticioso a la
madre de Cachafaz, por creerla bruja y en oculto trato con los
espiritus que aullan y giran dentro de las columnas de arena, altas
como torres, levantadas por el huracan en la altiplanicie. Al ver la
melancolia de Celinda y sorprenderla otras veces llorando, la india
movia su cabeza, como si esto confirmase sus opiniones.
--Usted lo que tiene, nina, es que esta enferma, y yo se de que
enfermedad.
Un abuelo suyo habia sido gran hechicero cuando los indios acampaban
aun sobre esta tierra como duenos unicos. Los jefes de las tribus le
hacian llamar al sentirse enfermos. Su padre heredo este tesoro de
ciencia, pero por desgracia, solo le habia transmitido a ella una
infima parte.
--A usted los que le hacen dano son los ayacuyas, y hay que curarla de
sus flechas.
Ella conocia perfectamente a los "ayacuyas", duendes indios tan
minusculos, que una docena de ellos caben sobre una una, armados con
arcos y flechas, y a cuyas heridas hay que atribuir la mayor parte de
las enfermedades.
No los habia visto nunca, por ser una misera ignorante; pero su abuelo
y su padre, grandes "machis", o sea curanderos magicos, tenian
frecuente trato con estos demonios pequenisimos. Solo los sabios
indigenas podian conocerlos. Algunos medicos _gringos_ pretendian
haberlos visto igualmente, dandoles en su lengua el apodo de
"microbios", pero ique sabian ellos!...
Cuando se les habian acabado las flechas para herir a los humanos, los
atacaban con sus dientes y sus unas. Lo importante era saber extraer,
sajando o chupando las carnes del enfermo, las astillitas de flecha o
las unitas y dientecillos que los diablos invi
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