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uela rustica me cierra el unico camino que podia seguir. iAy! icomo la odio!" Durante sus reflexiones se sintio agitada por diversos y encontrados pensamientos, como si se hubiese partido interiormente en dos personalidades distintas. La imagen de Watson la confortaba todavia en estos momentos angustiosos. Era el hombre joven, el dominador, que surge en el ocaso de toda mujer acostumbrada a jugar cruel y friamente con los deseos de los hombres. Ella, que los habia buscado en otros tiempos por ambicion o por codicia, necesitaba ahora a Watson. No lo deseaba solamente porque era capaz de hacerla salir de su critica situacion, sino por el mismo; porque era la juventud, la fuerza y la ingenuidad, todo lo que puede dar apoyo a una vida fatigada. Sentia ademas el dolor de los celos; unos celos de mujer vanidosa y algo madura que se ve arrebatar la ultima esperanza de felicidad por una adversaria que casi puede ser su hija. A la par que sufria este tormento debia preocuparse de su tragica situacion, creada por la rivalidad amorosa de dos hombres que la habian deseado, y defenderse tambien del odio de todo un pueblo. "?Que hacer?--siguio pensando--. iAy! ?En donde me he metido?" Unos golpecitos en la puerta del salon la hicieron abandonar sus pensamientos. Entro Sebastiana con expresion timida e indecisa, manoseando una punta de su delantal. Al mismo tiempo sonreia mirando a la senora, como si buscase palabras para dar forma al deseo que la habia traido hasta alli. Elena la animo a que hablase, y entonces la mestiza dijo resueltamente: --Yo estaba al servicio del finado don Pirovani, y como ya es difunto... por lo que todos sabemos, debo irme. Manifesto la senora su extraneza ante tal decision. Podia quedarse; ella estaba contenta de sus servicios. La muerte del italiano no era motivo suficiente para que se marchase. En alguna parte debia servir, y Elena preferia que fuese en su casa. Pero la mestiza insistio, moviendo la cabeza negativamente: --Debo irme. Si me quedo, tengo amigas aqui que me sacaran los ojos. iMuchas gracias! Quiero estar bien con los mios... y ?por que no decirlo? la senora cuenta con pocas simpatias en el pueblo. Despues de tales palabras no juzgo prudente Elena seguir la conversacion, limitandose a mostrar una triste conformidad. --iSi a usted le da miedo seguir aqui!... Esta tristeza conmovio a Sebastiana. --Yo con gusto me quedaria; la senora me es simpatica y no me ha hecho n
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