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ia con gestos de extraneza. Atraido por el saludo de los dos, Robledo se aproximo. --Un chasque--dijo don Carlos--ha venido a mi estancia para avisarme que el comisario habia encontrado la vaca que me robaron... Y don Roque no ha enviado a nadie, ni sabe una palabra. ?Ha visto usted que historia tan sin gracia? ?Quien sera el hijo de... tal que ha querido darme esta broma? Robledo escucho algunos momentos, fingiendo interes por el asunto, y continuo su marcha. Unicamente le preocupaba el paradero de su amigo Torrebianca, creyendo reconocerlo en todos los hombres que veia a lo lejos. "Es lastima que Ricardo saliese tan temprano--penso--. El me hubiera ayudado en esta busca." Watson, indeciso entre su timidez y el deseo de ver a Celinda, se habia ido aproximando a la estancia; pero al llegar a cualquiera de las tranqueras que cerraban la cerca de alambres permanecia indeciso. ?Como explicar su presencia dentro de la propiedad de Rojas, cuando Flor de Rio Negro le habia ordenado rencorosamente que no volviese mas? La vista de una tranquera abierta le infundio animo. "Diga ella lo que diga, iadelante!--penso--. Necesito verla, aunque sea para recibir insultos." Y fue avanzando con lentitud por los caminos de la estancia. De pronto su caballo se mostro inquieto, avivando el paso y deteniendose a continuacion, como si pretendiera encabritarse. Vio el joven los cuerpos de dos mastines muertos sin duda recientemente, pues tenian sus cabezas destrozadas sobre un charco de sangre. Siguio avanzando, y a pocos pasos de la casa encontro a un hombre tendido en mitad del camino. Tambien estaba muerto. Era un peon de Rojas, un mestizo al que creia haber visto algunas veces, a pesar de que su rostro estaba ahora destrozado a balazos. Una de sus orbitas habia quedado vacia, colgando de este orificio del craneo algunas piltrafas de la masa cerebral. En torno a el, la tierra bebia sangre avidamente, cubriendose de moscas. Se echo abajo del caballo, y con el revolver en la diestra avanzo hacia la casa. Al asomarse a su puerta y ver que no habia nadie en la gran pieza que servia de sala y comedor, empezo a dar gritos. Un sillon de junco, que era el preferido por Celinda, estaba volcado en el suelo. Se fijo tambien en el tapete de la gran mesa, que parecia haber sufrido un rudo tiron y estaba igualmente en el suelo, con todos los papeles y los objetos que descansaban sobre el ordinariamente revueltos o rotos. Fu
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