nos y dijo lentamente:
--iFuego!... Una...
Los dos bajaron a un tiempo sus pistolas.
Pirovani, que solo tenia en aquel momento la preocupacion de no hacer
fuego despues de la tercera palmada, se apresuro a tirar. Su enemigo
guino ligeramente un ojo y contrajo levemente la mejilla del mismo
lado, como si hubiese sentido el roce del proyectil. Pero recobro
inmediatamente su impasible fosquedad y siguio apuntando.
Volvio el marques a dar una palmada, diciendo lentamente: "Dos."
Al ver Pirovani que no habia herido a su adversario y quedaba
desarmado ante el, paso por su rostro, como una nube veloz, la emocion
del miedo; pero fue por un momento nada mas. Luego, mirando a Canterac
que le seguia apuntando, cruzo sus brazos, apoyo en el pecho la
pistola inutil y presento de frente todo su cuerpo, con loca
jactancia, cual si desafiase a la muerte.
Moreno se agarro a un hombro de Rojas, obligado por su ansiedad a
buscar un apoyo. El estanciero apretaba los labios.
--iPucha!... Lo va a matar--dijo entre dientes.
Dio otra palmada el director del combate. "Tres." Un momento antes
Canterac habia hecho fuego.
Todos corrieron en una misma direccion, menos el capitan, que
permanecio inmovil, con el brazo caido y la pistola todavia humeante
en su diestra.
El contratista estaba de bruces en el suelo como una masa inerte. Los
que corrian hacia el vieron en primer termino la cuspide de su cabeza,
y saliendo de ella un hilo de sangre que serpenteaba entre la hierba.
Inmediatamente esta cabeza quedo invisible, pues todos se agolparon
en torno al cuerpo caido, inclinandose para escuchar al medico, que lo
examinaba con una rodilla en tierra.
Momentos despues alzo este su rostro para decir con balbuceos de
emocion:
--Nada queda que hacer... iMuerto!
Viendo que Canterac se aproximaba al grupo para saber lo ocurrido,
Torrebianca salio a su encuentro, cerrandole el paso. El gesto triste
del marques, antes que sus palabras, revelaron al ingeniero la verdad.
Su padrino juzgo necesario llevarselo de alli, y le dijo
imperiosamente que le siguiese. Al otro lado de las dunas aguardaba un
carruaje, el mismo que habia llevado a Elena la tarde de la fiesta.
Cuando este vehiculo los dejo frente a la antigua casa del muerto, los
dos quedaron con los pies vacilantes. Torrebianca no podia invitar a
Canterac a que entrase en un edificio que era de Pirovani. El otro
tampoco osaba dar un paso.
Estaban los dos inmoviles, sin sab
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