arte del pecho cobrizo, no menos exuberante, puesto al
descubierto por el desabrochado corpino. Sus ojos iracundos y
anunciadores del chaparron de malas palabras con que pensaba acoger al
importuno se dulcificaron viendo a Robledo, y antes de que este
hablase, dijo ella con amabilidad:
--La patrona esta en su dormitorio y el marques ha salido con su
maldita caja de pistolas. Yo creia que estaba donde usted... Entre,
don Robledo; voy a avisar a la senora.
El ingeniero sabia bien que Torrebianca estaba en su casa con los
otros padrinos; pero necesitaba hablar a Elena urgentemente. A pesar
de su deseo, retrocedio al ver que Sebastiana le abria toda la puerta
invitandole a pasar adelante. Tuvo miedo de encontrarse a solas con la
marquesa en el salon. Su entrevista debia ser breve. Ademas, podia
llegar el marido y le seria dificil explicar su presencia alli, cuando
momentos antes habia hablado con el en su propia vivienda.
--Es poca cosa lo que quiero decir a tu patrona... Sera mejor que se
asome a la ventana de su dormitorio.
Cerro la mestiza la puerta, y Robledo avanzo por la galeria exterior,
pasando ante diversas ventanas. Al poco rato se abrio una de estas y
aparecio en ella la marquesa con la cabellera suelta y una bata
colocada negligentemente sobre sus hombros, dejando al descubierto
gran parte de sus brazos y de su pecho.
Se habia vestido precipitadamente, parecia asustada, y antes de que
Robledo la saludase, pregunto con ansiedad:
--?Le ha ocurrido alguna desgracia a Watson?... ?Por que viene usted a
estas horas?...
Sonrio Robledo ironicamente antes de contestar.
--Watson esta bien; y si vengo a tales horas, es para hablarle de
otro.
Luego la miro con severidad, anadiendo lentamente:
--Al salir el sol, dos hombres van a matarse. Esto es un horrible
disparate que me quita el sueno, y he venido a decirle: "Elena, evite
usted tal desgracia."
Convencida ya de que no se trataba de Watson, respondio con mal humor:
--?Que quiere usted que haga? Pueden batirse, si es su gusto... Para
eso nacieron hombres.
Acogio Robledo con un gesto de asombro estas palabras crueles.
--Aunque soy mujer--continuo ella--, no me asustan esos combates.
Federico se batio una vez por mi, cuando estabamos recien casados.
Alla en mi pais, varios hombres expusieron su vida por serme
agradables, y jamas intervine para evitarlo.
Hizo una mueca de desprecio y anadio:
--?Pretende usted que vaya a rogar a esos dos se
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