rse con estas justificaciones; el dueno
del boliche las acepto igualmente, creyendo que era mejor tenerlo por
amigo que por adversario, y alli estaba Manos Duras contemplando con
una atencion algo burlona los preparativos de la fiesta. Los otros
gauchos, igualmente silenciosos, parecian reir interiormente de tales
labores. Los _gringos_ trasladaban los arboles del sitio donde los
habia hecho nacer Dios: iy todo por una mujer!...
Las gentes del pueblo eran mas atrevidas en sus juicios, formulandolos
a gritos. Algunas mujeres, las mejor vestidas, censuraban a la
marquesa:
--iLa grandisima... tal! iLas cosas que los hombres hacen por ella!
Enumeraban los regalos del contratista Pirovani, tan regateador y duro
para los trabajadores. Todos los dias de tren le llegaban a la
marquesa paquetes de Buenos Aires o Bahia Blanca, pagados por el
italiano. Ademas, un carro con tonel no hacia otro trabajo que llevar
agua del rio a la casa. Aquella senorona necesitaba banarse cada
veinticuatro horas.
--Eso no es natural. Debe tener en la carne algo que no quiere
irse--afirmaban sentenciosamente algunas mujeres.
Para todas ellas, obligadas a ir varias veces al dia con un cantaro a
cuestas de su vivienda al rio, el carro del tonel representaba el mas
inaudito de los lujos. iUn bano diario en aquel pais, donde el menor
soplo de viento levantaba columnas de tierra suelta, tan enormes y
violentas, que obligaban a encorvarse para resistir mejor su
empuje!... Como muchas de estas mujeres llevaban aun en sus cabelleras
y en los dobleces de sus ropas el polvo de semanas antes, las
enfurecia tal derroche de agua, como una injusticia social.
Una, para consolarse, recordo malignamente al ingeniero Torrebianca.
--iY sera capaz de venir esta tarde con los queridos de su mujer!...
Parece imposible que un hombre sea tan... ciego. Deben marchar de
acuerdo los dos.
Todos los que no estaban invitados a la fiesta y pretendian verla de
lejos, apoyados en la alambrada, se consolaban de su pretericion
hablando contra la Torrebianca, sus amigos y su marido.
Paso Celinda a caballo, entre los grupos, lentamente y mirando con
hostilidad el parque improvisado. Luego, para no oir los escandalosos
comentarios de aquellas mujeres, se alejo hacia el pueblo.
Gonzalez, sin perder de vista la preparacion de las mesas, hablaba a
unos parroquianos de su establecimiento, mostrandoles el rio. Era
propicia la ocasion para repetir, con una gravedad doctor
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